18 | 04 | 2011
¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya! Después del camino cuaresmal, podemos celebrar el día más grande de la
historia. Por la
Resurrección del Señor se abre para todos los hombres y
mujeres del mundo una nueva esperanza, porque celebrar la Pascua no es conmemorar un
acontecimiento del pasado, sino una realidad que está sucediendo. Jesús la
vivió hace 2000 años, pero ella está actuando todavía en nosotros. El
Resucitado sigue sembrando vida en toda
la humanidad.
Cristo ha resucitado. Qué reconfortante resulta esta proclamación y esta
certeza en medio de tantas noticias, que cada día nos hablan de egoísmo,
injusticia, violencia, corrupción y muerte… Porque si el mal quiere conducirnos
a la oscuridad y al pesimismo, la Resurrección del Señor nos manifiesta que en la
historia camina también un poder de luz, de vida y de salvación, que en Cristo
ha comenzado su victoria definitiva.
Esta celebración gozosa de la
Pascua del Señor debe comprometernos, de un modo concreto,
con el movimiento de la vida que Dios ha puesto en marcha. Hemos sido
incorporados a Cristo, muertos con él, sepultados con él, para que vivamos para
Dios en él. Es la perfecta solidaridad. Jesús se identificó con nuestras
limitaciones y asumió nuestra muerte; nosotros tenemos que identificarnos con
su triunfo sobre el pecado y con su vida nueva.
La Pascua de Cristo es nuestra Pascua. Tenemos que aprender a salir de la
superficialidad y de la rutina de cada día y entrar en la dinámica del
Resucitado para “buscar los bienes de allá arriba”. Deberíamos escuchar el
anuncio de la
Resurrección del Señor como si fuera la primera vez que se
proclama y permitir que renueve en serio nuestra vida, dejándonos guiar por una
fe viva, una esperanza alegre y un amor creativo.
La luz que hemos encendido en la noche de Pascua debe iluminar todas las
incertidumbres y tristezas de nuestra existencia personal y social. La Palabra que hemos
escuchado debe guiar y fortalecer nuestros pasos vacilantes, dándonos la
seguridad de que Dios dirige nuestra historia. La alianza bautismal que hemos
renovado debe mantenernos en el gozo de estar sumergidos en la Trinidad y de haber
iniciado un proceso de crecimiento, que no termina jamás.
En la Eucaristía
que celebramos, desde la totalidad de su donación, Cristo nos ha introducido en
la vida nueva, la vida del amor. Ahora podemos experimentar la Resurrección
venciendo el mal a fuerza de bien, entregándolo todo para devolver el
movimiento siniestro del egoísmo, que aniquila el proyecto de Dios. La Eucaristía es Resurrección:
“el que come de este pan, no sabrá lo que es morir para siempre”.
Con esta certeza y estos sentimientos, extiendo mi más cordial saludo de
Pascua a los sacerdotes, personas consagradas y fieles laicos de la Arquidiócesis de
Medellín. Con la alegría de Pascua, hago llegar mis mejores votos a todos los
servidores, benefactores y amigos de esta Iglesia particular. Con la fuerza
salvífica de Pascua, dirijo a todos un llamamiento para que no cedamos en el
compromiso y en la esperanza del Reino de Dios. ¡Felices Pascuas! ¡Cristo ha
resucitado! ¡Aleluya!