EL LANZAMIENTO DE LA MISIÓN CONTINENTAL
07 | 06 | 2011
Así, después de una cuidadosa preparación, comienza
entre nosotros el gran movimiento de evangelización al que nos llamó la V
Conferencia del Episcopal Latinoamericano. La invitación que entonces se nos
hizo sigue siendo actual y válida: “No podemos desaprovechar esta hora de
gracia. ¡Necesitamos un nuevo Pentecostés! ¡Necesitamos salir al encuentro de
las personas, las familias, las comunidades y los pueblos para comunicarles y
compartir el don del ncuentro con Cristo, que ha llenado nuestras vidas de “sentido”,
de verdad y de amor, de alegría y de esperanza!”.
La razones para este nuevo impulso misionero son
muchas: no está bien quedarnos tranquilos esperando pasivamente en nuestros
templos, sino que debemos salir a todas partes para proclamar que hemos sido
liberados y salvados por la victoria pascual del Señor; debemos convertirnos en
una Iglesia llena de ímpetu y audacia evangelizadora, en la que como verdaderos
discípulos y misioneros trabajemos ordenada y seriamente por la llegada del
Reino de Dios; tenemos que hacernos responsables de los bautizados que por el
descuido y la indiferencia no viven la alegría del Evangelio y la comunión
eclesial, para fortalecerlos en la fe y en la identidad católica; no podemos
esquivar la tarea de darle vida al mundo, irradiando la alegría y la fuerza de
Cristo Resucitado (cf DA 291-292).
Se trata de una Misión Permanente; esto exige que
todos, mediante verdaderos procesos de fe, entremos en un movimiento de
conversión, de discipulado y de compromiso apostólico. El “estado permanente de
misión” implica ardor interior y confianza plena en el Señor, como también
continuidad, firmeza y constancia para llevar “nuestras naves mar adentro, con
el soplo potente del Espíritu Santo, sin miedo a las tormentas, seguros de que
la Providencia de Dios nos deparará grandes sorpresas”. El mismo Espíritu
despertará en nosotros la creatividad para encontrar formas diversas para
acercarnos, incluso, a los ambientes más difíciles, desarrollando en los
evangelizadores la capacidad de convertirse en “pescadores de hombres”.
El “estado permanente de misión” implica también una
gran disponibilidad a repensar y reformar prácticas y estructuras pastorales,
teniendo como principios orientadores la “espiritualidad de comunión” y “la
audacia misionera”. Ciertamente, lo fundamental es la transformación de las
personas en Cristo, pero para ello debemos empeñarnos también en construir las
nuevas metodologías y los nuevos recursos que exige la nueva evangelización en
una Iglesia particular. A la Misión Continental
no le tengamos miedo, sino ganas, porque como se anunció en Aparecida:
“Esperamos un nuevo Pentecostés que nos libere de la fatiga, de la desilusión,
la acomodación al ambiente; una venida del Espíritu Santo que renueve nuestra
alegría y nuestra esperanza” (DA 362).
Hagamos un buen lanzamiento de la Misión en cada una de nuestras parroquias, sigamos orando mucho y preparémonos con entusiasmo para un trabajo largo y arduo pero feliz, para una experiencia apostólica que abrirá un nuevo horizonte en nuestra Arquidiócesis, para una nueva era pastoral que quiere “recomenzar desde Cristo”. Nos acompaña nuestra Señora de la Candelaria, estrella de la evangelización, que nos enseñará a responder como ella lo hizo en la anunciación, en el Calvario y en Pentecostés.