EL TIEMPO DE LA IGLESIA
13 | 06 | 2011
La misión no ha cambiado y, aunque las dificultades
para realizarla siguen siendo tantas, no deben cambiar tampoco el entusiasmo y
la valentía que tuvieron los primeros cristianos. El Espíritu, que es también
el mismo, continúa impulsando las velas de la Iglesia para que boguemos mar
adentro.
Las
especiales características del mundo de hoy le exigen a los evangelizadores
nuevas modalidades y nuevas respuestas si se quiere ofrecer a cada persona y a
toda la sociedad un verdadero anuncio de esperanza. La secularización va
modificando convicciones y costumbres y no esconde su propósito de excluir a
Dios de la vida pública. Avanza el fenómeno de la fragmentación que asume la
realidad sin una visión de conjunto. No faltan católicos que se sienten
miembros de la Iglesia, pero el enfoque que tienen de la vida no corresponde al
Evangelio.
La
Iglesia debe encontrar nuevos caminos para transmitir la forma de ser y de
vivir que nos trajo Cristo, sin la cual la existencia personal queda privada de
horizontes y posibilidades esenciales y la sociedad no logrará armonizar total
e integralmente todas sus fuerzas en orden a una meta común en la historia. Hay
que llevar a una comunión y a una participación reales a los católicos no sólo
para que no vivan la fe como algo añadido a la existencia o que se usa sólo en
ciertas ocasiones, sino también para que emprendan con vigor y audacia la tarea
misionera.
La familia, la escuela y la parroquia no siempre están transmitiendo la fe. Por tanto, hay que convocar nuevos apóstoles y promover procesos concretos de formación para jóvenes y adultos, que den no sólo conocimientos, sino que enseñen un modo de vida que permita estar alegres y aportar la luz y la fuerza que necesita la transformación del mundo. La Iglesia existe para actuar como fermento y alma de la sociedad. Pablo VI decía: “Será sobre todo mediante su conducta, mediante su vida, como la Iglesia evangelizará al mundo”.
La dicha y la necesidad de ser misionera abren nuevos horizontes a nuestra Iglesia que, queriendo “recomenzar desde Cristo”, debe recorrer un camino de maduración que la capacite para ir al encuentro de toda persona, hablando el lenguaje cercano del testimonio, de la fraternidad y de la solidaridad. Por tanto, esforcémonos por ser una Iglesia viva, fiel y creíble, que se alimenta de la Palabra de Dios y de la Liturgia y que está al servicio del Reino de Dios. Propongámonos renovar las parroquias para que alimenten la fe con procesos serios de evangelización y despierten en todos el gozo de ser apóstoles.
Busquemos
ser cristianos alegres, abiertos a los demás y coherentes con el compromiso de
vivir como discípulos-misioneros de Jesucristo. Trabajemos porque los pastores
sean un signo personal y límpido de Cristo que se entrega hasta dar la vida por
los que les han sido confiados. Promovamos un laicado maduro, corresponsable
con la misión de anunciar el Evangelio. Reforcemos, con entusiasmo y esperanza,
la acción pastoral, teniendo una opción preferencial por los jóvenes, las
familias y los pobres. Todo esto es “Misión Continental”.