LA FORMACIÓN DE CATEQUISTAS
28 | 06 | 2011
La Dirección General de la Escuela en Bogotá y el
Departamento Arquidiocesano de Catequesis han logrado realizar con éxito cada
detalle de este evento, que dará muchos frutos y que, sobre todo, nos llama a
comprender la importancia de la catequesis y a ser conscientes de la urgente
necesidad de formar catequistas.
Entre
los servicios con los que una diócesis realiza su misión evangelizadora, ocupa
un lugar prioritario el ministerio de la catequesis. La catequesis es una tarea
indispensable para el crecimiento de la Iglesia y tiene un carácter propio que
se deriva de su misma naturaleza. No es por tanto una acción facultativa, sino
una acción básica y fundamental en la construcción tanto de la personalidad del
discípulo como de la comunidad. El crecimiento y consolidación interior de la
Iglesia depende, en buena parte, de esta formación orgánica y progresiva de la
fe.
Muchas
cosas se podrían decir sobre la catequesis como actividad indispensable para
difundir la Palabra de Dios, para llevar a un encuentro personal con Cristo,
para realizar un proceso de maduración de la vida cristiana, para estrechar la
comunión eclesial. Sin embargo, tal vez lo más apremiante es considerar la
necesidad de formar catequistas. Si cada parroquia cuenta con un número
suficiente de buenos catequistas tiene asegurados no sólo el proceso de
iniciación cristiana, sino otros múltiples servicios que reclama hoy la nueva
evangelización.
Una
de las tareas fundamentales de los sacerdotes y de los catequistas mejor
preparados es dedicarse con amor, con paciencia y con competencia a formar
catequistas. Esta capacitación implica la dimensión espiritual, doctrinal,
eclesial y pedagógica. No a cualquier persona se le puede confiar una misión
tan importante que atañe al cuidado del mensaje revelado, a la vida de la
Iglesia y, sobre todo, a la salvación de las personas. El catequista debe ser,
en primer lugar, un llamado, un elegido por el Señor para una misión.
Luego,
el catequista debe presentarse como un verdadero discípulo y misionero, que
descuella por su amor a Jesucristo y por su profunda adhesión a la Iglesia.
Esto debe demostrarlo con su testimonio de vida, con el equilibrio de su
personalidad, con su disponibilidad para escuchar la Palabra de Dios, con su
dedicación a la oración, con su celo apostólico, con su profunda vinculación a
la comunidad, con la capacidad para transmitir la vida cristiana a las diversas
personas y en las distintas circunstancias y exigencias que tiene el mundo de
hoy.
Como
la catequesis no es un servicio que pueda efectuarse en la comunidad a título
privado o por iniciativa puramente personal, invito a todos los párrocos a
interesarse seriamente en la organización de la catequesis y especialmente en
la formación de catequistas; con esto están realizando la misión misma de la
Iglesia. Necesitamos muchos catequistas santos y podría decirse especializados
para la catequesis de iniciación cristiana, para la catequesis juvenil y
matrimonial, para el acompañamiento de adultos en grupos y pequeñas
comunidades.