LOS CATÓLICOS DEBEMOS SER LOS MEJORES CIUDADANOS
25 | 07 | 2011
Durante este mes, hemos conmemorado los 20 años de
la proclamación de la Constitución de la República de Colombia en julio de
1991, hemos celebrado un aniversario más de la Independencia de la Patria, se
ha inaugurado una nueva Legislatura del Congreso, se ha avanzado en un proceso
democrático configurando propuestas y candidatos para las próximas elecciones
de octubre. Igualmente, hemos lamentando nuevos y preocupantes episodios de una
violencia insensata que continúa ensangrentando el país, hemos seguido con
horror la espantable situación de deshonestidad y corrupción con que se ha
estafado el erario público y la confianza de los ciudadanos.
Ante
esta realidad, muchos se muestran pesimistas y creen que la evolución de la
violencia, el desgreño en la administración pública y el cáncer peligrosamente
invasivo del dinero ilícito, no le permitirán a Colombia encontrar el camino.
Es así como algunos pierden la confianza en las instituciones y se refugian a
disfrutar hasta donde les es posible su mundo privado; otros piensan que no hay
más alternativa que la represión armada, para acabar de una vez por todas con
“los malos”; otros más viven en el desconcierto y el desaliento sin intentar
siquiera asumir el menor compromiso con la realidad; y no hablemos de los que
se suman, como causa, a los problemas de Colombia.
Lo
que vivimos es expresión de un proceso histórico, que no nos debe llevar al
desaliento y la desesperanza sino a aportar lo mejor de nosotros para lograr
una patria amable, donde todos podamos convivir en paz y donde se sienten las
bases para un desarrollo integral y sostenible. Un análisis serio de nuestra
realidad nos muestra que en el fondo de todos los problemas que padecemos está
la falta de ética y de moral, la cual, a su vez, se deriva de una sociedad que
abandona el primado de Dios. Entonces, la familia se queda sin su verdadera
misión, la escuela informa pero no educa, el estado pierde su consistencia, la
sociedad se desintegra.
Está
comprobado que sin Dios no es posible ni una vida digna y feliz, ni una
sociedad libre y en creciente desarrollo. Por tanto, en una palabra, lo que hoy
necesita Colombia se llama “Evangelio”. Debemos sentirnos, entonces, contentos
del aporte que, como Iglesia, estamos dando para construir una nación justa y
en armonioso progreso. Debemos ser más audaces para ofrecer lo específico del
cristianismo a la sociedad de hoy a fin de que tenga sentido, criterios
morales, disposición a la solidaridad y capacidad de esperanza. Debemos vivir
la responsabilidad y la alegría de ser luz, sal y levadura, transmitiendo al
mundo la fuerza transformadora de la vida cristiana.
Finalmente,
debemos perfeccionar cada día lo que hacemos desde las diversas dimensiones de
la espiritualidad, de la evangelización, de la educación y del servicio social,
como una contribución indispensable también en la construcción de la Patria. La
verdadera medicina para una nación moralmente enferma es la nueva
evangelización. Empeñémonos en ella como discípulos de Jesús y como los mejores
ciudadanos que debemos ser siempre los católicos.