75 AÑOS DE VIDA Y DE SERVICIO
19 | 09 | 2011
La Arquidiócesis de
Medellín está celebrando con alegría el 75º aniversario de la Universidad
Pontificia Bolivariana. Es preciso vivir a profundidad esta celebración, porque
hay mucho esfuerzo y mucha esperanza detrás de estos años en los que han
trabajado con encomiable dedicación tantos sacerdotes y laicos, para llegar a
tener una institución viva y fuerte al servicio de la evangelización de la
cultura. Hay, sobre todo, detrás de los muchos logros obtenidos un plan amoroso
de Dios y una permanente providencia suya, que ha guiado y sostenido su obra.
No podemos sino dar gracias.
Todos en la
Arquidiócesis tenemos que estar orgullosos de nuestra Universidad; tenemos que
estar muy agradecidos con quienes han hecho posible este proyecto educativo,
que ya ha llegado a otras ciudades del país; tenemos la obligación de
protegerla, de apoyarla y de aprovecharla para la única misión confiada a la
Iglesia: la evangelización. Por tanto, debemos empeñarnos en que sea, realmente,
una universidad católica. Es decir, que cultive, ante todo, el amor a la
verdad; un amor que es interés y respeto por la verdad de las cosas, confianza
en la bondad de la creación, apertura a la capacidad humanizadora de la verdad.
La perspectiva cristiana,
como marco del trabajo intelectual en una Universidad católica, sirve a la
ciencia y a la cultura, al ampliar el horizonte y el camino hacia la verdad
plena; pues “sin orientación a la verdad, sin una actitud de búsqueda humilde y
ardua, toda cultura se deteriora, cae en el relativismo y se pierde en lo
efímero” (Benedicto XVI). La fe y la
cultura están íntimamente unidas. Por eso, es necesario que en la Universidad
haya una auténtica pasión por la cuestión de lo Absoluto. La cuestión de Dios
no es una investigación abstracta, sino la pregunta crucial, de la que depende
radicalmente el descubrimiento del sentido de la vida y del mundo.
Pero, no hay que perder
de vista que la verdad es inseparable de la caridad, pues, en último término,
la verdad de Dios es el amor con el que Él nos ha dado, en Cristo, todos los
tesoros de la sabiduría y de la gracia. San Agustín dijo: “No se entra en la
verdad sino por la caridad”. Este amor
no es un sentimiento vago, sino una fuerza capaz de iluminar la vida y de
transformar las mismas estructuras de la sociedad. Según Juan Pablo II, el
hombre necesita la verdad y el amor, para no perder el frágil tesoro de la
libertad y exponerse a la violencia de las pasiones.
Estamos llamados a
seguir construyendo nuestra Universidad, a fin de que en ella la verdad y el
amor pongan la ciencia al servicio del hombre, purifiquen la metodología para
que se llegue a la realidad con un corazón limpio, mantengan su servicio libre
e independiente ante las presiones inevitables de la política o el dinero,
impulsen siempre la causa de la justicia y de la promoción de los más
necesitados, generen un diálogo fecundo con la cultura mostrando que la fuerza
del Evangelio es capaz de renovar las relaciones entre los hombres y los
pueblos y llenar de luz y de esperanza el camino de la humanidad.