MONSEÑOR HÉCTOR RUEDA HERNÁNDEZ
07 | 11 | 2011
El 1 de noviembre, Solemnidad de todos los Santos,
falleció en Bucaramanga S.E. Mons. Héctor Rueda Hernández, Arzobispo emérito de
Medellín. A lo largo de sus 91 años realizó una fecunda vida de oración, de
evangelización y de servicio a la Iglesia. Estuvo vinculado de modo especial a
su Diócesis de origen Socorro y San Gil, luego a la Arquidiócesis de
Bucaramanga donde ejerció el episcopado durante treinta años y, finalmente, a
la Arquidiócesis de Medellín en la que fungió como Arzobispo desde diciembre de
1991 hasta marzo de 1997.
Se desempeñó también en varios oficios a nivel
nacional; se recuerda especialmente su presidencia de la Conferencia Episcopal.
Tuvo la alegría de participar en las cuatro sesiones del Concilio Vaticano II,
realizado de 1962 a 1966. Más allá de las múltiples realizaciones de su vida
ministerial, al contemplar el conjunto de su existencia, nos queda el
testimonio de su fidelidad al Señor, de la alegría con que vivió su vocación,
de su entrega generosa a la Iglesia y de modo particular, de la bondad y
sencillez que siempre lo caracterizó.
El recuerdo de Mons. Rueda nos lleva, sobre todo, a
pensar que fue uno de los sucesores de los Apóstoles, con los que Dios mantuvo
la identidad y la legitimidad de nuestra Iglesia particular. El Obispo, parte
esencial e importante en la Iglesia de Cristo, pertenece al “misterio de la
Iglesia”. Como la Iglesia es realidad visible e invisible, divina y humana, así
también el Obispo es una mezcla de realidad visible e invisible, divina y
humana y no sólo representa a Cristo Maestro, Pastor y Sumo Sacerdote, sino que
vive en sí el mismo el “misterio de Cristo”, que es el “misterio de la
Iglesia”.
Pero misterio, contrariamente a lo que se piensa, no
quiere decir realidad arcana e impenetrable, sino “sacramento”, o sea realidad
escondida sí, pero salvífica. En este sentido Cristo es misterio; Él es nuestra
salvación: “no hay otro misterio de Dios, sino Cristo”, enseña San Agustín,
“porque con su encarnación, pasión, muerte, resurrección y con su presencia,
continúa salvándonos”. En este contexto, se sitúa la persona y la misión del
Obispo, que tiene la tarea se perpetuar la obra de Cristo, haciéndolo presente
como cabeza, maestro y pastor.
Al hacer la memoria del querido Mons. Héctor Rueda
Hernández, orando por él y agradeciendo lo mucho que de él recibimos, debemos
ante todo glorificar a Dios porque este hombre, que providencialmente estuvo
entre nosotros, fue un eslabón importante en la sucesión ininterrumpida de los
Apóstoles y porque a través de su persona y de su obra, pudimos unirnos con la
Iglesia y con Cristo. En realidad, en el Obispo que despedimos tuvimos un
sacramento de salvación. Paz en su tumba.