EL AÑO DE LA MISERICORDIA
13 | 10 | 2015
El 13 de marzo de este año, el
Papa Francisco anunció un jubileo extraordinario que ponga en el centro de la
vida y de la misión de la Iglesia la misericordia de Dios. Será, ha dicho, “un
Año Santo de la Misericordia, que queremos vivir a la luz de la palabra del
Señor: Seamos misericordiosos como lo es nuestro Padre”. Luego, con la Bula “El
Rostro de la Misericordia”, publicada el siguiente 11 de abril, nos ha señalado
lo que se propone con esta iniciativa y la forma como debemos aprovechar este
tiempo de gracia.
En ese documento ha indicado:
“Siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia. Es
fuente de alegría, de serenidad y de paz. Es condición para nuestra salvación.
Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.
Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro
encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada
persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de
la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el
corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado”
(MV, 2).
1. La razón de ser de un Jubileo
La ley de Moisés había
establecido que, cada cincuenta años, se proclamara un año de liberación para
todos los habitantes del país (Lev.25,9-12). La celebración de ese año
comportaba, entre otras cosas, la restitución de las tierras a los antiguos
propietarios, el perdón de las deudas, la liberación de los esclavos y el reposo
de los campos. Se tenía ese año como tiempo excepcional de paz, de libertad, de
recomposición de las relaciones humanas y de reorganización social. Se lo vivía
como una verdadera intervención de Dios en la comunidad humana para reorientar
el curso de la historia.
En el Nuevo Testamento, Jesús se
presenta como el que realiza a plenitud el jubileo establecido en Israel,
porque ha venido a “proclamar el año de gracia del Señor” (Lc.4,19). Desde
entonces, la Iglesia ha mantenido y perfeccionado la celebración del jubileo
como un tiempo destinado a promover la santidad de vida. Es el año de la reconciliación, de la
conversión y de la penitencia sacramental; por consiguiente, es el año de la
solidaridad, de la justicia, de la esperanza, del compromiso de servir con
alegría a Dios y a los hermanos. El año jubilar es el año de la remisión de los
pecados.
El jubileo puede ser ordinario,
si está ligada a un período establecido como el que se celebra en la Iglesia
cada 25 años, o extraordinario si viene promulgado por un acontecimiento o
motivación especial. Este Año de la Misericordia es un jubileo extraordinario,
con el que el Santo Padre quiere hacer presente la riqueza de la misión de
Jesús: “llevar una palabra y un gesto de consolación a los pobres, anunciar la
liberación a cuantos están prisioneros de las nuevas esclavitudes de la
sociedad moderna, restituir la vista a quien no puede ver más porque se ha
replegado sobre sí mismo, y volver a dar dignidad a cuantos han sido privados
de ella” (MV, 16).
2. Un Jubileo para hacer un
camino de conversión y renovación espiritual
El primer objetivo del Año de la
Misericordia es que la Iglesia viva un tiempo de gracia, de una conversión más
decidida, de una especial unión a Dios. Este año es una particular invitación a
acercarse a Dios y a acogerlo como Amor y Misericordia. El Papa explica cómo la
misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una realidad concreta; es
como el amor de un padre o de una madre que se conmueven; se trata realmente de
un amor “visceral”; proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo,
natural, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón (cf MV 6).
El Año Santo se abrirá en la
solemnidad de la Inmaculada Concepción, para indicarnos el modo de obrar de
Dios desde los albores de nuestra historia, pues, después del pecado, no quiso
dejar a la humanidad en soledad y a merced del mal. En María, santa e
inmaculada en el amor, Dios comienza una actuación que lleva a la plenitud del
perdón (cf MV 3). Así el Año de la Misericordia nos invita a dejarnos
transformar por la misericordia de Dios para convertirnos también nosotros en
testigos de la misericordia. Por tanto, debe consolidar la fe, favorecer las
obras de solidaridad y promover la comunión fraterna en la Iglesia.
Generalmente los beneficios
espirituales de un jubileo se expresan a través del signo de la indulgencia. El
término latino “indulgentia” quiere decir condescendencia o concesión, en los
varios matices de este concepto. En el Imperio Romano se usaba la palabra en el
sentido de remisión o condonación de los tributos o de las penas, que los
emperadores solían hacer en ocasiones determinadas. Servía también para indicar
una especie de amnistía decretada con ocasión de acontecimientos públicos muy
importantes. Luego, se llamó indulgencia la mitigación o conmutación de la
penitencia impuesta en el sacramento de la confesión, que en los siglos III a
IV era, frecuentemente, muy dura.
Se buscaba, entonces, que
mediante las indulgencias el penitente reparara su pecado y tuviera una
verdadera rehabilitación. La teología de las indulgencias parte, como lo
explica por primera vez Hugo de San Caro en 1230, del “tesoro” que tiene la
Iglesia constituido por los méritos de Cristo y la ayuda espiritual de la
Virgen y los santos. En el Medievo, las indulgencias toman gran auge y se llega
no pocas veces a verdaderos abusos en su aplicación. La indulgencia, según
el Código de Derecho Canónico, es “la
remisión ante Dios de la pena temporal para los pecados, ya perdonados en cuanto
a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones
consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la
Redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de
Cristo y de los santos” (c.992).
3. Un Jubileo que pone en el centro el sacramento
del Perdón
Si algo resulta necesario en este
momento de nuestra sociedad es recuperar el Sacramento de la Reconciliación
para el perdón de nuestros pecados. San Juan Pablo II había convocado un Sínodo
de los Obispos sobre este tema, que dio origen a la exhortación apostólica
Reconciliatio et Poenitentia, un texto luminoso que nos puede ayudar mucho en
este Año de la Misericordia. En realidad, frente al sacramento de la Penitencia
nos seguimos encontrando con situaciones que inquietan: muchas personas han
abandonado este sacramento, no logramos que la práctica de este sacramento
transforme la vida, los sacerdotes muestran menos disponibilidad para
administrarlo.
Explican estos fenómenos la
crisis de fe, la decadencia del espíritu, la pérdida de conciencia del pecado,
la superficialidad con que se vive y la mentalidad materialista y secularista
que domina amplios sectores de la vida y la cultura. Quien no tiene la luz de
la fe está ciego frente a sus pecados; no logra descubrir las heridas de su
corazón y las enfermedades de su espíritu. La peor situación frente a la propia
salud es no sentir los síntomas de las enfermedades. En la vida espiritual,
tantas veces, no sólo no los reconocemos sino que los confundimos; hemos
aprendido a llamar mal al bien y bien al mal (cf Is 5,20.24; Rm 1,24-31). De esta manera, nos autodestruimos rompiendo
la relación con Dios y aniquilando la dignidad y la vida verdadera dentro de nosotros.
Cuando no se busca el sacramento
de la Penitencia y no se tiene celo para administrarlo es porque hemos perdido
la conciencia del pecado y la necesidad de experimentar la misericordia de
Dios, se nos ha embotado la mente y pervertido el corazón. Esta es una
situación grave porque no sólo quedamos indefensos ante el mal, sino que
podemos desearlo como un bien. Salir de esta oscuridad del espíritu requiere la
profunda creación interior que llamamos conversión, y que es el primer anuncio de Nuestro Señor
Jesucristo: “El reino de Dios está cerca, convertíos y creed en el Evangelio”
(Mc 1, 15). Por eso dice el Papa: “Ha llegado de nuevo para la Iglesia el
tiempo de encargarse del anuncio alegre del perdón. Es el tiempo de retornar a
lo esencial…El perdón es una fuerza que resucita a una vida nueva e infunde el
valor para mirar el futuro con esperanza” (MV 10).
Y, luego, añade: “Muchas personas
están volviendo a acercarse al sacramento de la Reconciliación y entre ellas
muchos jóvenes, quienes en una experiencia semejante suelen reencontrar el
camino para volver al Señor, para vivir un momento de intensa oración y
redescubrir el sentido de la propia vida. De nuevo ponemos convencidos en el
centro el sacramento de la Reconciliación, porque nos permite experimentar en
carne propia la grandeza de la misericordia. Será para cada penitente fuente de
verdadera paz interior… Nunca me cansaré de insistir en que los confesores sean
un verdadero signo de la misericordia del Padre. Ser confesores no se
improvisa. Se llega a serlo cuando, ante todo, nos hacemos nosotros penitentes
en busca de perdón. Nunca olvidemos que ser confesores significa participar de
la misma misión de Jesús y ser signo concreto de la continuidad de un amor
divino que perdona y que salva” (MV, 17).
4. Un Jubileo que conmemora el
Concilio Vaticano II
La Puerta Santa del Año de la
Misericordia será abierta el próximo 8 de diciembre, cuando se conmemora el 50º
Aniversario de la clausura del Concilio Vaticano II. De esta manera, el Papa
Francisco quiere hacer presente este gran momento eclesial. En concreto, dice:
“La Iglesia siente la necesidad de mantener vivo este evento. Para ella
iniciaba un nuevo periodo de su historia. Los Padres reunidos en el Concilio
habían percibido intensamente, como un verdadero soplo del Espíritu, la
exigencia de hablar de Dios a los hombres de su tiempo en un modo más
comprensible. Derrumbadas las murallas que por mucho tiempo habían recluido la
Iglesia en una ciudadela privilegiada, había llegado el tiempo de anunciar el Evangelio
de un modo nuevo. Una nueva etapa en la evangelización de siempre” (MV 5).
Esto significa que el Jubileo de
la Misericordia se inscribe dentro de la nueva evangelización. En esta época de
profundos cambios, la Iglesia está llamada a presentar la bondad y la cercanía
de Dios con nuevas expresiones, con experiencias nuevas de comunión y
fraternidad, con signos y obras que auxilien especialmente a los más pobres.
Entramos en un año que nos permitirá decirle a nuestra sociedad, especialmente
con el testimonio de nuestra vida, que “Dios es rico en misericordia”. Por eso,
ha querido el Santo Padre que el Año Jubilar tenga el siguiente lema:
“Misericordiosos como el Padre”, a partir de la enseñanza de Jesús: “Sean
misericordiosos, como el Padre de Ustedes es misericordioso” (Lc 6,36).
Este lema encierra un programa de
vida que al invitarnos según el mismo texto evangélico a no juzgar, a perdonar,
a dar con generosidad, resulta necesario hoy para transmitir paz, alegría y
esperanza. En efecto, el Papa afirma: “La mentalidad contemporánea, quizás en
mayor medida que la del hombre del pasado, parece oponerse al Dios de la
misericordia y tiende además a orillar de la vida y arrancar del corazón humano
la idea misma de la misericordia. La palabra y el concepto de misericordia
parecen producir una cierta desazón en el hombre, quien, gracias a los
adelantos tan enormes de la ciencia y de la técnica, como nunca fueron
conocidos antes en la historia, se ha hecho dueño y ha dominado la tierra mucho
más que en el pasado. Tal dominio sobre la tierra, entendido tal vez unilateral
y superficialmente, parece no dejar espacio a la misericordia” (MV 11).
La misericordia no es un concepto
abstracto. Se traduce en intenciones, actitudes y comportamientos concretos de
la vida cotidiana. El amor misericordioso de los cristianos, como el de Dios,
debe expresarse en cercanía y solidaridad de unos con otros. Por eso añade el
Papa: “No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que
anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye.
Abramos nuestros ojos para mirar las miserias del mundo, las heridas de tantos
hermanos y hermanas privados de la dignidad, y sintámonos provocados a escuchar
su grito de auxilio. Nuestras manos estrechen sus manos, y acerquémoslos a
nosotros para que sientan el calor de nuestra presencia, de nuestra amistad y
de la fraternidad. Que su grito se vuelva el nuestro y juntos podamos romper la
barrera de la indiferencia que suele reinar campante para esconder la hipocresía
y el egoísmo” (MV 15).
5. El Año de la Misericordia en
la Arquidiócesis de Medellín
El Jubileo de la Misericordia
tiene unas particularidades que lo distinguen. Una de ellas es que el Papa
quiere que sea vivido en las Iglesias particulares con tanta intensidad como en
Roma; por eso, por primera vez en la historia, se ofrece la posibilidad de
abrir la Puerta Santa en cada Catedral. Esta connotación me pide señalar, de
modo particular, algunas orientaciones y propósitos concretos para nuestra
Arquidiócesis.
1. Estemos atentos a no reducir
el Año de la Misericordia a la práctica de la devoción de la Divina
Misericordia. La realidad de la Misericordia de Dios, como se ha revelado en la
Escritura, se celebra en la Liturgia y la puede experimentar y anunciar la
comunidad eclesial, supera simples ejercicios piadosos, aunque estos sean
laudables y provechosos. Es significativo que ni San Juan Pablo II en su
encíclica Dives in Misericordia, ni el Papa Francisco en la Bula Misericordiae
Vultus mencionan esta devoción. Debemos situarnos, entonces, en los horizontes
y alcances del magisterio pontificio.
2. La celebración del Año de la
Misericordia en la Arquidiócesis se hará
tratando de no impedir o recargar la programación que ya tenemos en los
diversos campos pastorales; por el contrario, nos proponemos iluminarla y
potenciarla con el Jubileo. Celebraremos con gran solemnidad, como es natural,
la apertura y la clausura; tendremos algunas celebraciones jubilares para
diversos grupos de personas a nivel diocesano o parroquial; pero, sobre todo,
tendremos el propósito de vivir desde la dimensión de la misericordia de Dios
los distintos eventos y encuentros pastorales que ya están establecidos en
nuestra agenda.
3. Lo más importante es que nos
propongamos todos recibir en serio la gracia de una transformación personal a
partir de una particular experiencia del amor de Dios. No se trata de promover
algunas actividades que pasan sin que dejen huella. Se necesita que entremos en
el corazón del Evangelio para que la misericordia de Dios nos saque de nuestra
miseria, avive nuestra fe, nos lleve a recibir la gracia del perdón mediante el
sacramento de la Penitencia y nos haga testigos del amor que ha sido derramado
en nosotros.
4. Igualmente, es la ocasión de
continuar trabajando en la configuración y consolidación de la organización y
programación pastoral de nuestra Iglesia particular, viviendo con más
intensidad una profunda comunión eclesial, el respeto mutuo, la cooperación
fraterna y la alegría de anunciar juntos el Reino de Dios. Es una forma
concreta de avanzar en la nueva Evangelización, que en América Latina está
impulsando la Misión continental y permanente.
5. Es necesario enfocar desde la
misericordia toda la pastoral, especialmente lo que se refiere a la acogida y
acompañamiento de los jóvenes que tantas veces van por la vida como ovejas sin
pastor; lo que atañe al cuidado de los matrimonios y las familias que son un
ámbito privilegiado para experimentar el amor de Dios; y los programas
referentes a la pastoral vocacional y sacerdotal que deben capacitar para vivir
y anunciar la misericordia de Dios.
6. Debemos continuar trabajando
con seriedad y esperanza en la implementación de pequeñas comunidades
eclesiales. Ellas son un medio muy adecuado para experimentar la paternidad de
Dios, que nos pastorea, nos construye y nos salva a través de los otros. Así,
con un solo movimiento se vive el amor de Dios que nos crea permanentemente y
la alegría de la fraternidad. Una urgencia en este campo es la formación de
apóstoles laicos que, transmitiendo esta experiencia, asuman la animación y
coordinación de estas comunidades.
7.
Propongámonos en este año enseñar y promover los verdaderos caminos de la
reconciliación. La proclamación y la experiencia de la misericordia de Dios que
viviremos debe llevarnos a mostrar en nuestra sociedad, en la que tantas
personas han sido y siguen siendo víctimas de la injusticia y la violencia, que
sólo el Evangelio nos da los parámetros para perdonar y reconstruir la
humanidad desde adentro hasta llegar a una armoniosa convivencia y a la
auténtica paz.
8.
Busquemos los medios, como sugiere el espíritu de este Jubileo, para hacer una
invitación a las personas que se encuentran lejos de la gracia de Dios por su
conducta de vida, a quienes pertenecen a grupos violentos y bandas criminales,
a quienes están vinculados con negocios y empresas al servicio de la
corrupción, a que acojan el llamamiento de Dios a la conversión. Este es un
tiempo oportuno para cambiar de vida, para dejarse reconciliar por Dios.
9. Hagamos el propósito de
incrementa a nivel parroquial y diocesano una orgánica pastoral social. Ella
nos permite mostrar, de un modo concreto, que somos signos del amor de Dios
para con los más pobres. El Año de la Misericordia no nos puede dejar impasibles
ante tantas personas que no tienen los recursos indispensables para vivir como
lo exige la dignidad humana. La creatividad de la caridad debe suscitar
iniciativas y programas de promoción integral para los más necesitados.
10. Me alegraría mucho poder
consolidar e integrar en este año las diversas instituciones y obras que
reflejan la caridad de la Iglesia en la Arquidiócesis de Medellín, para
garantizar hacia el futuro un signo permanente y creciente de la misericordia
de Dios. En este sentido, agradezco las sugerencias y la disponibilidad de
todos. Confío este proyecto a la Santísima Virgen María, que, en su Hijo, de
modo excepcional experimentó y nos dio la misericordia de Dios.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín