LA ALEGRÍA DE LA PASCUA
16 | 04 | 2012
“El Señor resucitó”.
Este es el grito de asombro y de alegría de las mujeres que, en la mañana de
Pascua, encontraron el sepulcro vacío. Esta fue la noticia que corrió por
Jerusalén y que luego resonó en Judea y Galilea. Después de veinte siglos el
hecho se conoce en todo el mundo y, con la misma fuerza que en los primeros
días, continúa resonando en nuestros templos y ciudades. También este año hemos
sentido que esta noticia forma parte de nuestra vida y entraña la más profunda esperanza
para todos. Por eso, nos felicitamos con la alegría que brota de la victoria
sobre la muerte y de la posibilidad de pasar con Cristo a una vida nueva.
Celebrar la Pascua no
es simplemente recordar el pasado, no es tampoco alimentar una ilusión para
conjurar la monotonía de la existencia. Es una tarea concreta a nivel personal
y comunitario. Mientras exista el mal, tenemos que vivir en un continuo
nacimiento. Con el empeño cotidiano de morir al egoísmo, al odio, a la codicia,
a la injusticia, vamos naciendo en la verdad, en la libertad, en el amor, en la
alegría; en una palabra, vamos pasando a vivir en Dios. Por consiguiente, estos
días se presentan para todos, no sólo para los cristianos, como una gran
oportunidad de encontrarnos con nosotros mismos, con los ideales que nos hacen
vivir, con los valores que nos mueven y con la misión que tenemos en el mundo.
Aprovechemos la Pascua.
Demos el paso a la reconciliación con nosotros mismos y con los demás; no vale
la pena continuar la vida enfrentados los unos con los otros, sabiendo que
podemos relacionarnos como hermanos. Demos el paso a la solidaridad, no hay
mayor alegría que acompañar al otro, ayudar al otro a levantarse, compartir con
el otro. Demos el paso a Dios; los crímenes, los secuestros, las extorsiones,
las frustraciones que llevan a la droga y a la desesperación se resolverían si
dejáramos a Dios vivir y reinar en nosotros. Demos el paso a una espiritualidad
seria, viviendo el Evangelio; el modelo Cristo no está superado; es el camino
no sólo a un comportamiento recto sino a la paz interior, a la vida verdadera,
a la alegría que permanece.
Demos el paso a la
resurrección; aun en la noche más oscura la última palabra la tienen la luz y
la fuerza del amor de Dios. Demos el paso a la esperanza, siempre se puede
comenzar de nuevo, siempre hay movimiento para ir más lejos, siempre hay un
horizonte abierto a nuestra inteligencia y a nuestro corazón. El don de la luz
pascual, que ahuyenta el miedo y la tristeza, es para todos; la paz de Cristo resucitado,
que liquida el odio y la violencia, es para todos; el amor de Dios, que trae la
alegría verdadera, es para todos. No somos esclavos de acontecimientos
inevitables.
El mundo puede cambiar,
nuestra vida puede cambiar. La solidaridad y la convivencia pacífica son
posibles. Los niños y los jóvenes pueden sentir el vigor y el gozo de asumir el
futuro que, desde la resurrección de Cristo, camina sin reversa hacia su
plenitud. Encontrémonos con nuestra dignidad y con nuestras enormes
posibilidades; veamos la bondad de la gente que nos quiere y nos rodea;
disfrutemos la belleza del mundo; aprovechemos este tiempo de respiración
espiritual. Escuchemos a Dios, pues él tiene siempre una palabra para nuestras
ilusiones, penas y proyectos. Hablemos de Dios, con sencillez y sin complejos,
a los que están solos y a los que viven en la frivolidad. Entremos en la vida;
entendamos que, en la resurrección de Cristo, todos hemos resucitado.