LOS DEMÁS EXISTEN
20 | 02 | 2012
Como cada año, con
motivo de la Cuaresma, el Papa Benedicto XVI ha dirigido a todos los católicos
del mundo un Mensaje con el fin de ayudarnos a vivir con más intensidad este tiempo que la Iglesia
califica como “tiempo fuerte de salvación”. Tiene como título la cita de la
Carta a los Hebreos "Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la
caridad y las buenas obras" (Hb 10, 24).
El mensaje está
dividido en tres partes; la primera se centra en el “fijarse”, en el estar
atento y darse cuenta de las realidades que viven otras personas, los hermanos.
La atención al otro conlleva desear el bien para los demás en todos los
aspectos; el Papa concluye "si cultivamos esta mirada de fraternidad, la
solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán
naturalmente de nuestro corazón".
La segunda parte se
centra en el don de la reciprocidad "los unos en los otros". La vida
de los otros tiene que ver con nuestra vida y "esta reciprocidad es
también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos
los prodigios de gracia que el Dios bueno y
todopoderoso sigue realizando en sus hijos". En la tercera parte
del mensaje, Benedicto XVI comenta el final de la cita bíblica: "para
estímulo de la caridad y las buenas obras". Lo relaciona con el camino
hacia la santidad que todo cristiano tiene que recorrer.
El Mensaje de Cuaresma
contribuye a tener vivo en los fieles el sentido de la atención al bien del
prójimo, de la comunión, de la compasión con los sufrimientos del indigente.
Pero, más allá de este hecho tan importante, hay otro aspecto de la vida
cristiana que el texto de este año pone de relieve. Se trata de la corrección
fraterna. La caridad nos enseña que nuestra responsabilidad hacia los demás no
se centra sólo en su bien material, sino también en el moral y espiritual. Por
eso, podemos ayudarnos recíprocamente descubriendo que somos responsables los
unos de los otros.
Si el otro está
cometiendo un pecado y está recorriendo el camino de su perdición,
descubrírselo como hermano es ayudarle a salir de esa situación. Como dice el
Papa, “frente al mal no hay que callar”. Sin embargo, es muy frecuente que los
cristianos callemos por respeto humano o por simple comodidad. Y, en lugar de
poner en guardia al hermano, nos plegamos a la mentalidad reinante, según la
cual no hay que inmiscuirse en los asuntos privados de los demás.
A la luz de la
corrección encaminada hacia la verdad y la caridad se lee también la acción de
la Iglesia en el mundo contemporáneo. A veces se piensa incluso que sea el
deseo de poder lo que dicta la preocupación de la Iglesia, al oponerse con
decisión a algunas manifestaciones de la cultura actual. Lo que mueve a la
Iglesia es su sincero interés por el bien de la persona en concreto y del
mundo. Su acción no se inspira en la condena ni en la recriminación, sino en la
justicia y la misericordia que tienen el valor de llamar a las cosas por su
nombre. Esta tarea se llama misión profética.
En un mundo tan marcado
por el egoísmo y la indiferencia frente a los demás resulta muy oportuno este
mensaje: los demás existen y somos responsables de ellos. Ruego, de forma
especial, a los sacerdotes que, haciendo “nuestro” el Mensaje del Santo Padre,
propongamos con claridad ante nuestros
fieles los tres aspectos fundamentales de la vida cristiana que se desarrollan
en el mismo: la atención al otro, la reciprocidad y la caridad como camino de
santidad.