HACIA EL HOMBRE NUEVO
20 | 02 | 2012
El próximo 22 de
febrero, con el Miércoles de Ceniza, comienza el tiempo de Cuaresma. Nos llega,
una vez más, la oportunidad de renovar nuestro camino de fe, tanto a nivel
personal como comunitario, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los
Sacramentos. Resuena, en este período litúrgico, el llamamiento a configurarnos
con Cristo, despojándonos del hombre viejo con sus obras y revistiéndonos del
hombre nuevo que va alcanzando la imagen de su Creador (cf Col 3,10). Dispongámonos a vivir, en toda su riqueza,
estos días de salvación.
1. La Cuaresma nos
presenta el ideal de la persona humana tal como ha sido querida por Dios, tal
como Él la ha elegido eternamente y la ha destinado a la gracia y a la gloria.
La invitación a la conversión nos ofrece la posibilidad de la más eximia
humanidad al recuperarnos para la santidad; nos permite la experiencia de una
relación personal con Dios, que es el origen y la meta, el sentido y la
esperanza de nuestra existencia; nos lleva a descubrir el designio de Dios
sobre nosotros y a asumirlo con pasión en el mundo, para que no se malgaste
nuestra vida en la superficialidad y en el hastío.
2. La Cuaresma es
camino hacia la Pascua. Debemos salir de nosotros mismos, de nuestra mentalidad
y acomodamiento mundanos y emprender la marcha hacia la vida. No podemos
identificar la Cuaresma solamente con los medios que nos ayudan a entrar en la
nueva realidad que Cristo ha conquistado para nosotros con su resurrección. La
oración, el ayuno, la penitencia y la limosna, tan recomendados en este tiempo,
no tienen sentido en sí mismos, sino en cuanto nos llevan a buscar algo nuevo,
nos capacitan para asumir la Vida que es Cristo. La meta es participar de la
Resurrección del Señor.
3. La Cuaresma tiene un
carácter bautismal, pues nos impulsa a continuar el proceso de “nacer de
nuevo”. Ser cristiano no es nunca algo que ya quedó hecho, una realización ya
terminada, sino un proyecto que nos exige despertar cada día a lo que debemos
ser. En la Cuaresma, Dios nos urge a salir de la tristeza y la postración del
pecado, nos da la gracia de trabajar un cambio moral para no caminar en la
dirección contraria a lo que somos por el bautismo, nos apremia a una nueva
creación: conviértanse a mí de todo corazón (Jl 2,12). Estamos llamados a
rejuvenecer nuestro bautismo.
4. La Cuaresma es una
ocasión de crecer en la fraternidad y la caridad para con los demás. Es un
tiempo para aprender a compartir lo que tenemos en nuestro corazón y en
nuestras manos. El egoísmo nos asfixia, los resentimientos nos pudren por
dentro, el individualismo nos anquilosa. Sólo el amor libera, integra y
plenifica. Nuestro recorrido cuaresmal no nos permite contentarnos con lo
mínimo, mantenernos en nuestra pequeñez, retardar el gozo verdadero; por eso, la
Cuaresma lleva al perdón, al servicio, a la comprensión del otro, a la vida
comunitaria, al desprendimiento de lo nuestro para ayudar a los demás.
5. La Cuaresma tiene un
contenido alegre y gozoso. Es para crecer en libertad y para llegar a la
estatura del hombre perfecto que es Cristo. Con Él y en Él salimos de la
mediocridad hacia la novedad. Es el tiempo en que podemos romper ataduras
fuertes que nos retienen, como vicios, odios y cansancios. Es la oportunidad de
mirar con más libertad hacia lo alto y reconocer que Dios nos quiere, que está
muy cerca de nosotros. La Cuaresma no es un tiempo lúgubre y sombrío, sino la
hora feliz de revestirnos del hombre nuevo que va alcanzado la imagen de su
Creador.