HOMILIA DEL MIÉRCOLES SANTO
16 | 04 | 2014
Hoy hemos leído el tercer
cántico del Siervo de Yaveh (Is 50,4-9). En él continúa la descripción de la
misión del Siervo. Dios le encomienda “saber
decir al abatido una palabra de aliento”. Pero antes de hablar con la “lengua de iniciado” que le ha dado,
Dios le “abre el oído para que escuche”.
En este cántico, de nuevo,
se insiste tanto en el dolor del profeta como en la confianza que tiene en
Dios. En efecto, se marcan las tintas sobre la oposición y las contradicciones
que debe afrontar. Se muestra cómo, cada vez, las dificultades son más grande: “ofrecí la espalda a los que me golpeaban,
la mejilla a los que mesaban mi barba, no oculté el rostro a insultos y
salivazos”; “por ti he aguantado afrentas... en mi comida me echaron hiel”.
Pero también aquí triunfa
la seguridad de que Dios no lo abandona. Por eso suplica: “Señor, que tu bondad me escuche en el día
de tu favor... miradlo, los humildes, y alegraos, que el Señor escucha a sus
pobres”. Y luego concluye: “mi Señor
me ayudaba y sé que no quedaré avergonzado”. Con profunda convicción afirma:
“tengo cerca a mi abogado, ¿quién
pleiteará conmigo?”
Estos poemas son, en el
Antiguo Testamento, verdaderas cumbres teológicas. Es una presentación del
servicio a Dios a favor de la salvación de los demás y del valor redentor que
en este servicio tiene el sufrimiento. Anticipan la presentación que hará Jesús
de su ministerio con la realidad del grano de trigo que tiene que morir para
dar fruto (cf Jn 12,24). Por eso, la Iglesia ha visto siempre a Jesús descrito
y anunciado en estos cantos. Su entrega hasta la muerte fue el cumplimiento de
una misión en solidaridad con toda la humanidad.
A nosotros estos cantos nos
ayudan, en esta semana, a contemplar y a agradecer la muerte de Cristo como un
acto "expiatorio" por el que nos alcanza la salvación. El sigue
siendo abofeteado y escupido por nuestros desprecios y pecados; procuremos que
la contemplación de Cristo entregado en la obediencia y el amor nos lleve a la conversión.
Antes de celebrar el misterio Pascual, debemos
acoger las lecciones que nos deja el Señor como siervo de Dios y de los
hombres. Ante todo, propongámonos ser buenos oyentes de la Palabra de Dios; es
necesario que mantengamos abierto el oído para escuchar la voz de Dios. Sólo si
somos discípulos que acogemos la Palabra, podemos ser también misioneros que
llevamos a otros el mensaje.
Igualmente, aprendamos a
escuchar al que sufre para poder confortarlo. El egoísmo nos tiene muy sordos.
Nos falta ser más sensibles al dolor de tantas personas que sufren la pobreza,
la enfermedad, la soledad, la injusticia, el pecado. Aun en medio de nuestra
familia y de nuestros amigos hay tantos necesitando que nosotros nos llenemos
de Dios para acompañarlos y confortarlos en su camino. Mirando a Jesús que se
entrega por todos tenemos que aprender la sensibilidad y el amor que nos llevan
a atender los gemidos y súplicas de los más necesitados.
Así mismo, debemos formarnos
de manera que cuando hablemos llevemos una palabra de aliento a los abatidos. A
los que andaban como ovejas sin pastor, Jesús les anunciaba la alegría del
Evangelio. Después de vivir la voluntad del Padre, comunica una palabra de
cercanía y esperanza. También nosotros debemos aprender a confortar a los que
se hallan cansados y a animar a los que están agobiados por la vida. Cuánto
ayuda una presencia, una palabra, un gesto en un momento de soledad o de
sufrimiento.
Otra lección que nos deja
este canto, es la fortaleza con la que debemos afrontar las pruebas y los
golpes que exija el dar testimonio como discípulos de Cristo. El respeto humano
y el temor a las contradicciones nos hacen mudos cuando deberíamos hablar o
ausentes cuando deberíamos dar la cara por el Señor y por el Evangelio. No
seguimos a Cristo sólo para que él nos conforte y consuele, sino para con él
salvar el mundo. Como al Siervo nos debe animar la confianza de que Dios no nos
abandona y lleva en sus manos nuestra causa. Basta mirar a Cristo en la cruz
para aprender generosidad, fidelidad y audacia apostólica aun en medio de
dolores y pruebas.
El cuarto canto (Is
52,13-15; 53,1-12) es el más largo, profundo e impresionante. Lo proclamaremos
el Viernes Santo, antes de la lectura de la Pasión. Aquí el sufrimiento llega a
su máxima expresión. El Siervo, inocente, se entrega por todos. Se canta la
impresionante profundidad del dolor del Siervo: "Despreciable, varón de dolores... Eran nuestras dolencias las que
él llevaba, él fue herido por nuestras rebeliones". Pero los últimos
versos, otra vez en labios de Dios, hablan de la glorificación de su elegido:
verá la luz, su sacrificio habrá servido de salvación para todos, y Dios le
hará grande y poderoso, porque "él
tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores". Que la meditación de estos cánticos nos ayude
a vivir la gracia del Triduo Pascual que iniciamos mañana.
Medellín, 16 de
abril de 2014