VAMOS ADELANTE JUNTOS
11 | 03 | 2013
Después de la renuncia
del Papa Benedicto XVI, el pasado 11 de febrero, ha quedado la Sede vacante,
porque como en toda institución hay momentos en los que cesan quienes cumplen
en ella alguna responsabilidad. Sin embargo, la Iglesia no ha quedado vacante porque
Cristo, su Cabeza, está vivo y la sigue guiando con la luz y la fuerza de su
Espíritu para que cumpla la misión que le ha confiado en la historia.
Una vez que Benedicto
XVI se “ha escondido para el mundo”, han comenzado muchos a “pontificar” con todo
tipo de conjeturas sobre los motivos de la renuncia, sobre la situación de la
Iglesia, sobre el perfil del Papa que debe ser elegido. La mayoría de los que
opinan no tienen en cuenta que la Iglesia no es solamente el resultado de
iniciativas humanas, ni vive únicamente de su capacidad organizativa, sino que
se sostiene, sobre todo, por la fuerza que recibe de Dios. La Iglesia es de
Dios.
Hoy como ayer, los
cardenales sienten presiones intolerables para condicionar sus decisiones según
la lógica del mundo. Antes eran los Estados los que querían imponer sus
preferencias o sus vetos, ahora la presión viene por el peso de la opinión
pública. Es realmente lamentable que en un momento tan decisivo para la Iglesia
se multipliquen noticias y juicios no verificables e incluso falsos, con graves
perjuicios para las personas y las instituciones.
La elección de un nuevo
Papa, más que un juego político, es un acontecimiento profundamente espiritual,
que realizan los cardenales en un contexto casi litúrgico respondiendo ante
Dios por sus decisiones y al que se une toda la Iglesia en un clima de fe y de
oración. Creemos que el que sea elegido es el que Dios envía para guiar la
travesía de la Iglesia en una nueva etapa de su camino. A nosotros nos toca
estar en oración y vigilando para ser capaces de responder a lo que Dios nos
pide.
Oramos en estos días
con cuatro intenciones. En primer lugar, necesitamos la oración fervorosa y
perseverante para descubrir con fe la actuación de Dios y no quedarnos en las
bagatelas y en las anécdotas que nos llegan a través de los medios de
comunicación. Suplicamos que nuestra fe no se nuble con tantas informaciones y
comentarios, sino que nos mantengamos en lo esencial. No oramos para pedirle a
Dios por “mi candidato”, sino para que nos disponga para acoger a aquel que Él
ha elegido.
La segunda intención de
nuestra oración es para que el Espíritu Santo ilumine y guíe los cardenales
electores, a fin de que cada uno de ellos se deje mover por la gracia, proceda
con rectitud de intención y no busque otra cosa que el bien de la Iglesia
universal. En tercer lugar, oramos por quien va a ser elegido para que sienta
la voz de Dios que lo llama, acepte con libertad de espíritu, experimente la
gracia para la tarea que se le encomienda y esté dispuesto a ejercer su
servicio con la entrega del Crucificado y la alegría del Resucitado.
Por último, oramos por
toda la Iglesia para que reciba al nuevo Papa con espíritu de fe y de comunión
eclesial, para que todos los fieles le ofrezcan la obediencia a sus
orientaciones pastorales. Pidamos que, en esta hora decisiva, la Iglesia sienta
que el Espíritu Santo es el alma que la une, la sostiene en las pruebas y la
impulsa a la nueva evangelización; que experimente a Cristo buen Pastor que
sigue poniendo al frente de la barca al apóstol Pedro para que confirme en la
fe a sus hermanos.
El momento que vivimos
no es pues un episodio político, ni un acto puramente organizativo, sino algo
que atañe al misterio de la Iglesia y que nosotros debemos vivir con la confianza
y la esperanza que nos pide este Año de la Fe. Estamos ante una oportunidad
privilegiada para reafirmarnos en nuestro amor a la Iglesia y para
comprometernos con su misión. Que nos guíen las últimas palabras del Papa
Benedicto XVI: “Vamos adelante juntos, con el Señor, por el bien de la
humanidad y de la Iglesia”.