LA LUZ DE LA FE
29 | 07 | 2013
No había tenido ocasión de
referirme a la encíclica “Lumen Fidei”,
firmada por Su Santidad Francisco el pasado 29 de junio y publicada seis días
después. Como reconoce el Papa, el documento es un trabajo “a cuatro manos”
porque había sido ya comenzado por Benedicto XVI, su predecesor. Se trata
de páginas densas y ricas en sugerencias doctrinales y pastorales, que no se
pueden resumir en unas pocas frases. Quiero, sin embargo,
señalar algunos aspectos que nos motiven a todos a su estudio y aplicación.
La encíclica nos ofrece el
complemento a la enseñanza iniciada en Deus
Caritas est (2006) y en Spe salvi
(2007) sobre las virtudes teologales. Según el Catecismo de la Iglesia
Católica, las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el actuar moral
del cristiano; ellas informan y vivifican todas las virtudes morales; son
infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de actuar
como sus hijos y alcanzar la vida eterna (cf CIC 1812-1813).
En ese contexto, el tema
central de la encíclica, la fe como luz para la vida de los hombres, es de gran
actualidad en el momento que atraviesa el mundo y que estamos viviendo en la
Iglesia. La reflexión contemporánea, con frecuencia, representa la fe como una
realidad oscura contrapuesta a la luz de la razón. Pero la luz de la razón, por
sí misma, no logra iluminar suficientemente el futuro y deja siempre al hombre
en el temor a lo desconocido (cf LF 3-4).
Es necesario recuperar la
“luz de la fe” que es capaz de iluminar toda la existencia del hombre y cada
uno de sus aspectos: la sociedad, la familia, el trabajo, el sufrimiento, el
éxito, la muerte. Es capaz de dar sentido y mantener viva la esperanza. Por eso
mismo tiene un carácter comunitario. Es imposible creer solo; la fe no es una
opción individual sino que nos abre al nosotros de la comunión eclesial. De
otra parte, la Iglesia se vuelve el lugar histórico y teológico para conservar
y transmitir la fe (cf LF 22,39).
La Lumen Fidei es un texto fuerte, que va al argumento por excelencia
del que todos tenemos necesidad. Habla de aquello que no aparece en los títulos
de los periódicos, que no se ventila en los debates políticos, que no interesa
a los avances tecnológicos y que incluso nos parece que no se encuentra en el
desarrollo normal de la vida cotidiana. Habla de aquello que en realidad,
aunque no lo tengamos en cuenta, está dentro de nosotros todo el tiempo e
ilumina todas las cosas.
La encíclica Lumen Fidei habla de la fe en Dios, tema
en el que realmente se juega nuestra vida. Por eso, aunque es preciso
estudiarla, se puede leer de un tirón, porque más que para exponer una doctrina,
en último término, fue escrita para llamar a la conversión. Cuando se la lee se
puede ver que es fácil equivocarse al
pensar que la fe es una acción, toda humana, para elevarse quién sabe a qué
cima después de quién sabe qué esfuerzo. Y resulta que es lo contrario: es Dios
que siempre está a nuestro lado, con paciencia y con ternura, buscándonos,
llamándonos, iniciando el diálogo de la salvación.
Por tanto, la fe es
ponerse a escuchar a Aquel que nos ama. Escuchar, ver y tocar son los términos
que usa el Papa Francisco para describir lo que es la fe; mucho más allá de un
acto intelectual, una opción privada o un salto en el vacío. Se trata de una
relación de amor con un Ser personal que desde siempre se ha ocupado de
nosotros. Dios no se puede reducir a objeto de la fe, él es sujeto que se hace
conocer y se manifiesta en una relación de persona a persona. Qué importante
comprender y gustar esto en el Año de la Fe y en este camino de discipulado en
el que nos ha puesto la Misión Continental.