PROMOVAMOS LA FAMILIA
05 | 11 | 2013
La semana pasada, en el
contexto del Año de la Fe, tuvo lugar la peregrinación de las familias a la
tumba de San Pedro en Roma. También en nuestra Arquidiócesis se realizó una
interesante jornada con la participación de numerosas familias. Son momentos
propicios para hacernos conscientes de la importancia de la familia como unidad
básica de la sociedad, como lugar privilegiado para la educación, como
promotora del desarrollo y de la paz y como ambiente excepcional para la
transmisión de la fe.
Infortunadamente, en los últimos años, han surgido graves desafíos y amenazas para la familia. En primer lugar, se ha difundido una concepción de la vida marcada por el materialismo, el hedonismo y el erotismo que afecta la capacidad humana de cada persona para entregarse generosamente al otro en el hogar. A esto se añade, como consecuencia, el aumento creciente de infidelidades, de separaciones y de divorcios, así como de violaciones y delitos sexuales, incluyendo el aborto. Por otra parte, han disminuido los matrimonios y el número de hijos.
Igualmente,
han surgido ataques ideológicos contra la familia. El más insidioso es la “perspectiva
de género”, una tendencia que pretende desvirtuar la doble dimensión, masculina
y femenina, de la persona humana y sustituirla por la “orientación sexual”
basada en una opción individual subjetiva. Como resultado, la familia pierde su
identidad y su misión y se expresa en las nuevas formas que se quieran
configurar. Esta posición, motivada en gran parte por razones económicas y
políticas, pone en grave peligro no sólo la familia sino la misma comunidad
humana.
La
Iglesia Católica, consciente de estos riesgos, a los que se unen la situación
de pobreza y la falta de apoyo por parte de los Estados, se ha constituido la
defensora de la familia. Desde 1983, la Santa Sede dio a conocer la Carta de
los Derechos de la Familia, en la que se enumeran y fundamentan los derechos
que deben ser reconocidos a las familias y que todavía no están vigentes en algunos
países. Juan Pablo II se unió a la celebración del Año Internacional de la
Familia, en 1994, con la publicación de la Carta a las Familias, donde señala
que “el modelo originario de la familia
hay que buscarlo en Dios mismo, en el misterio trinitario de su vida”.
La
familia es la obra suprema de la creación. Dios, después de haber creado todas
las cosas y los animales, creó al hombre, varón y mujer, a su imagen y
semejanza, para que fueran fecundos. Por eso, el “Nosotros” divino constituye
el modelo eterno del “nosotros” humano; ante todo, de aquel “nosotros” que está
formado por el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza de Dios. Este
misterio inefable se manifiesta en la encarnación, cuando la Sagrada Familia de
Nazaret, se vuelve el icono sacramental de la Familia Trinitaria. Y se refleja
también en la Iglesia, llamada a ser la familia de los hijos de Dios.
La
familia, basada en el matrimonio como comunión de vida y amor fiel entre el
varón y la mujer, constituye uno de los
valores más importantes de la humanidad. Su devaluación pone en peligro la
perfección y felicidad del ser humano, la generación y educación de los hijos,
el futuro y el progreso de la sociedad. Si
tuviéramos familias bien conformadas superaríamos o atenuaríamos problemas como
estos: maternidad precoz, maltrato infantil, deserción escolar, consumo de
drogas, suicidio juvenil y tantas formas de violencia. Por eso la urgente invitación a promover la familia en el ámbito social,
cultural, político y religioso.