ATENTOS A LAS SORPRESAS DE DIOS
26 | 01 | 2015
Estamos
comenzando un nuevo año. Es una ocasión para descubrir el verdadero significado
cristiano del tiempo, que no está ligado a un sentido mágico o fatídico de
ciclos inexorables, sino a la historia de salvación que Dios tiene en marcha. San
Juan nos dice que “ha llegado la última
hora” (1 Jn 2,18); es decir, que se ha realizado la manifestación
definitiva de Dios en Cristo. Por tanto, todo momento de nuestra vida es
importante y definitivo. Cada una de nuestras acciones está cargada de
eternidad, porque la respuesta que damos hoy a Dios es lo que va realizando el
futuro.
La
Iglesia es un pueblo que camina en el tiempo. Con esta conciencia, debemos
estar siempre preparados para discernir y aprovechar los signos y las sorpresas
de Dios. Así superamos la rutina, la superficialidad y la curiosidad, para ir a
lo esencial. Ser la Iglesia que mira continuamente al Evangelio, que acoge la
gracia de la Pascua que se da en los sacramentos, que vive y promueve la
fraternidad propia de los hijos de Dios y que se dedica a anunciar la alegría
de la salvación hasta los confines del mundo. La vida se vuelve, entonces, un
feliz ejercicio de creatividad y responsabilidad.
Un
objetivo propuesto por el Papa Francisco, para este año 2015, es conocer y
agradecer el don de la Vida Consagrada. “La
vida consagrada está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo
para su misión, ya que indica la naturaleza íntima de la vocación cristiana”
(VC,3). Por tanto, más que las obras que realizan los religiosos y
religiosas, tenemos que aprender a valorar el signo de su presencia como un
llamamiento permanente a todos los bautizados para vivir con radicalidad y
alegría la vida nueva del Evangelio. Es otra motivación, en este año, para
empeñarnos seriamente en el seguimiento de Cristo.
En
el mes de octubre, se realizará la Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos
sobre el tema: "La vocación y la misión de la
familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo". Para cada uno en particular y para toda la
sociedad, la realidad de la familia es fundamental. Como Iglesia arquidiocesana,
durante este año, debemos acrecentar, en todas nuestras parroquias e instituciones,
la reflexión sobre la familia y la pastoral familiar. A los desafíos que vive
la familia hoy, para encontrar su identidad y su misión, debe responder el
modelo de familia armoniosa y feliz que vamos construyendo y testimoniando los
católicos.
Me
gustaría, igualmente, que este año pusiéramos un énfasis especial e hiciéramos
un esfuerzo más serio para profundizar y vivir la dimensión comunitaria de la
Iglesia. Así daríamos continuidad a la reflexión y a los propósitos que el
Presbiterio ha venido asumiendo en su Retiro Espiritual. Esto implica continuar
reforzando el espíritu de comunión que debe estar presente en todos los
momentos y lugares de la vida arquidiocesana, consolidar el sentido de
pertenencia a la Iglesia, seguir trabajando en una verdadera renovación de las
comunidades parroquiales, promover aún más la formación y el cuidado de las
pequeñas comunidades eclesiales.
Estos
campos de trabajo tienen carácter de urgencia en nuestra Iglesia particular. Ellos
nos muestra que hay razones suficientes para empezar este año con ilusión, con
pasión y con esperanza. Nuestra esperanza no es ilusoria, fundada en frágiles
promesas humanas; no es una esperanza ingenua, que se entretiene sólo en
imaginar el futuro. Nuestra esperanza se apoya en el amor que Dios nos manifiesta,
en su cercanía salvadora, en su providente cuidado sobre nosotros. De esa
experiencia brotarán las respuestas para todos los desafíos que debemos afrentar
este año. Más aún, podemos estar seguros que las sorpresas de Dios superarán maravillosamente
nuestros esquemas y expectativas.