PENSEMOS ANTES DE "PROGRAMAR" LA SEMANA SANTA
16 | 02 | 2015
Estamos próximos a entrar en el tiempo de Cuaresma,
que nos conducirá a la celebración más importante del año: la Pascua del Señor.
Este período litúrgico, que es preciso tomarlo en su conjunto, es una ocasión
privilegiada, por la fuerza espiritual que entraña y por el arraigo que tiene
en la vida y la cultura del pueblo, para propiciar una verdadera renovación de
las personas y de las comunidades cristianas. Por eso, el foco no se puede
poner solamente en ciertas actividades de Semana Santa, sino, ante todo, en el
proceso que debe vivir cada persona y toda la comunidad desde el Miércoles de
Ceniza, pasando por la gran noche de Pascua, hasta llegar al Domingo de
Pentecostés.
No basta volver a reeditar mecánicamente el horario
de las celebraciones del año anterior con algunas ligeras modificaciones, sino
pensar seriamente, con la ayuda de los Agentes de Pastoral y especialmente con
el Consejo Parroquial, cómo aprovechar del mejor modo posible este tiempo de
salvación y cómo responder a los retos que en este sentido nos desafían. En
primer lugar, la tentación de quedarnos en los actos de piedad que son más
fáciles de conducir; después, ceder a representaciones teatrales o a iniciativas
cercanas a espectáculos que tienen tanta acogida por parte de la gente;
finalmente, superar el ambiente de simples vacaciones que se va imponiendo en
esos días.
La programación de este acontecimiento de salvación
debe volver a su sentido originario y debe cumplir los fines que verdaderamente
tiene. Lo primero, debe ser un tiempo en el que se anuncie con abundancia y con
diversos recursos la Palabra de Dios; si ayudamos a que la voz de Dios llegue
al corazón surgirán desde el interior personas nuevas. Igualmente, es preciso
poner el mayor interés en la celebración de la liturgia, no como acciones
aisladas sino como un itinerario de fe y de vida a través del cual los
discípulos de Jesús morimos y resucitamos con él. Toda la comunidad debe ser
celebrante del misterio y debe hacer suya esta realidad de redención y
glorificación.
El párroco y todos sus colaboradores, más allá de
promotores de “actividades”, deben ser mistagogos en este extraordinario
“camino” de celebración-salvación, para que toda la comunidad pueda entender,
orar, vivir y compartir lo que la liturgia propone. Es así como se supera un
activismo y una exterioridad, que desarticula la celebración de la
contemplación y de la vida. Sólo en este contexto es posible una fructífera
memoria del Bautismo, que lleve a renovar sus compromisos; una celebración
provechosa del sacramento de la Penitencia, como entrar de nuevo en la vida de
Cristo; una experiencia eucarística, que nos haga capaces de dar la vida por
los demás.