LA MISA CRISMAL
24 | 03 | 2015
La Misa Crismal, que el Obispo concelebra con el Presbiterio y el Pueblo de Dios, durante la cual bendice el santo crisma y los otros óleos santos es de una incomparable densidad teológica y eclesial. Hacia el final del itinerario cuaresmal, nos acercamos todos, como Iglesia particular, a Cristo Pastor bueno, con sentimientos de adoración y gratitud. La obra maestra del Espíritu Santo es la persona santa del Hijo de Dios convertido en Mesías y Pontífice de la Nueva Alianza, el cual ha sido enviado para darnos un “alegre mensaje” (Lc 4,18). El alegre mensaje es Cristo mismo, el consagrado por el Espíritu, el Señor que es la manifestación del amor del Padre hasta la ignominia de la cruz. El es la alegría del universo y la esperanza de la humanidad.
La Misa
Crismal se sitúa en la celebración de la muerte y resurrección del Señor. Así
vivimos mejor el ser llamados a estar con él y el estar configurados con él
mediante la unción bautismal y sacerdotal. Del misterio pascual, corazón y
centro de toda la historia de la salvación, brotan los sacramentos que
significan y realizan la unidad orgánica de toda la vida cristiana. En el óleo
que encontramos en la celebración del Bautismo, de la Confirmación, del Orden y
de la Unción de los enfermos vemos la riqueza incomparable del Espíritu Santo;
el Espíritu que, llenando de sí la humanidad de Cristo, rebosa luego sobre quienes
formamos con Cristo un único Cuerpo: “de
su plenitud todos hemos recibido” (Jn 1,16).
La Misa
Crismal es, entonces, como una epifanía de la Iglesia, Cuerpo de Cristo,
orgánicamente estructurado, según diversos ministerios y carismas. La nueva
fisonomía, dada por el Concilio Vaticano II, a la Misa Crismal hace más
evidente el clima de verdadera fiesta eclesial. Todos los bautizados formamos un
“reino sacerdotal” (Ap 1,6)
consagrados con Cristo por la unción del Espíritu, consagrados con su misma
consagración. Y dentro de ese pueblo sacerdotal fulgura el sacerdocio
ministerial. Por eso, se celebra en la catedral; es “una de las principales manifestaciones de la plenitud del sacerdocio
del obispo”; los presbíteros renuevan la alegría de su consagración y
llegan fieles de todas las parroquias para vivir el gozo de la unidad.
La Misa
Crismal subraya el misterio de la Iglesia como sacramento global de Cristo, que
santifica todas las realidades y situaciones de la vida. Por eso, junto al
crisma, son bendecidos el óleo de los catecúmenos para los que luchan por vencer
el espíritu del mal según los compromisos del Bautismo y el óleo de los
enfermos para ungir a los que completan en sí lo que falta a la pasión
redentora de Cristo. Así desde la Cabeza se difunde en todos los miembros y se
expande por todo el mundo el buen olor de Cristo. La realidad del aceite,
sustancia terapéutica y aromática, es asumida por la liturgia y cargada de un
especial simbolismo para expresar la unción del Espíritu Santo que sana,
ilumina, conforta, consagra y llena de dones todo el Cuerpo de la Iglesia.
La Misa
Crismal nos reúne a todos, en el recuerdo de nuestro Bautismo y de nuestra
Ordenación sacerdotal, para abrevarnos en la misma fuente de la salvación y
para hacernos capaces de transmitir a nuestras familias y a nuestras
comunidades la esperanza y la alegría de la Pascua. La alegría pascual es una
energía que atraviesa y renueva el mundo, pero no viene del mundo. Ella brota
de la profundidad del amor de Dios, mediante la efusión del Espíritu. La
alegría pascual no elimina el dolor, sino que lo purifica y lo finaliza. Por
eso Pablo puede decir: estoy lleno de alegría en toda tribulación (2 Cor 7,4).
Para quien vive según el Espíritu, la alegría pascual es un sentimiento
verdadero, real, permanente, que esclarece y aligera aun las horas más oscuras
y amargas de la existencia.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín