LOS DONES DE LA PASCUA
13 | 04 | 2015
Hemos entrado en el tiempo de Pascua, que, como si fuera un solo hoy, celebra la resurrección del Señor. Los cristianos vivimos la convicción de que Cristo, realmente muerto, ha resucitado. A lo largo de dos mil años, la Iglesia ha anunciado esta buena noticia al mundo con la enseñanza de los pastores, con el testimonio de los mártires, con la vida evangélica de los santos y con la esperanza de todos los bautizados. Es bueno recordar algunos de los dones que nos han llegado con la Pascua de Cristo:1. La vida. El centro de nuestra fe es que
Cristo murió y resucitó (1 Cor 15,14). Esto significa que Cristo vive para
darnos vida. Ahora podemos decir que la muerte no es el final absoluto del ser
humano. Nos pueden matar pero no nos pueden quitar la vida. Esa vida nueva
comienza aquí cuando la tristeza se convierte en gozo, el egoísmo en amor, las
pruebas de la vida en salvación.
2. El Espíritu Santo. El Resucitado sopló
sobre los Apóstoles y les dijo: “Reciban
el Espíritu Santo” (Jn 20,22). Desde
entonces tenemos, en el Espíritu de Cristo, la posibilidad de ser hijos de
Dios, el auxilio para orar, el amor que ha sido derramado en nuestros
corazones, el poder para anunciar el Evangelio y la esperanza que no falla (Rm
8,15; Gal 4,6; Rm 5,5).
3. La Eucaristía. Durante la Pascua, el
Señor enseña a celebrar los domingos el sacramento que instituyó y entregó en
la última Cena. Los discípulos lo reconocieron al partir el pan (Lc. 24,35).
Con este pan nos garantiza su presencia, genera entre nosotros la unidad y pone
en nuestra vida el germen mismo de la resurrección (1 Cor 10,17; Jn 6,53-55).
4. La paz. El saludo del Resucitado en
todos sus encuentros con los discípulos es: “Paz a Ustedes” (Jn 20,19). Él, por
su resurrección, puede dar la paz que es la armonía interior, la relación
fraterna con los demás, la felicidad plena, la posesión de Dios, la seguridad
del cielo. Cristo es nuestra paz, la paz que no da el mundo (Ef 2,14; Jn 14,27).
5. La alegría. Cuando los discípulos vieron
al Señor resucitado se llenaron de alegría (Jn 20,20). Los cristianos no
seguimos a un muerto sino a Cristo resucitado y glorioso. Esta alegría pascual
da su auténtico sentido a toda la vida humana. A pesar de todos los
padecimientos de la vida, el final será la alegría victoriosa de la
resurrección (Jn 15,11).
6. La Iglesia. Jesús se presentaba en
medio de sus discípulos y produce la comunidad (cf Lc 24,41). Ser Iglesia no es
simplemente estar juntos o cooperar a la realización de una determinada tarea
apostólica, sino estar unidos con el Resucitado. De ahí se deriva la
posibilidad de la comunión, el culto y la misión (Mt 28,20)
7. La misión. El Resucitado con el poder
de su Pascua envía a sus discípulos al mundo entero (Mt 28,20), los envía como
el Padre lo ha enviado a él (Jn 20,21). El tener la posibilidad de transmitir
vida al mundo y de sentir la alegría de evangelizar es un don que la Iglesia
recibe y puede vivir en la potencia de la resurrección de su Señor.
8. El cielo. Era necesario que el Mesías
padeciera para entrar en su gloria (Lc. 24,26). Pero no entra solo; realiza un
paso colectivo. Él se hace, por su resurrección, el fundamento, el camino y el
fin del mundo y de la historia. Todo lo que somos y hacemos, entonces, se está
volviendo vida en Dios.
El anuncio gozoso de
que Cristo ha vencido el mal y la muerte, de que hay otra realidad más allá de
lo que conocíamos hasta entonces y de que, unidos a él, podemos entrar en esa
nueva realidad, comporta ya para nosotros un nuevo modo de ser y de vivir. Con
este gozo y con esta esperanza deseo a todos, sacerdotes, diáconos, religiosos,
fieles laicos, una feliz Pascua, que sea prenda de muchas bendiciones para cada
uno y para nuestra Arquidiócesis.
+ Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín