MUÉSTRANOS, SEÑOR, TU MISERICORDIA”
25 | 01 | 2016
Entremos con esta invocación del
Salmo 85 en el año 2016. Que esta súplica, humilde y confiada, nos alcance la
gracia de conocer mejor el corazón de Dios que está lleno de bondad y compasión
para con todos; de ser profundamente sensibles, como él, frente a las
necesidades y miserias de nuestros hermanos; de experimentar que en el camino
que recorremos, a nivel personal o comunitario, no nos falta nunca la solicitud
amorosa de su paternal providencia.
A un nuevo año entramos siempre
con inquietud frente a los serios desafíos que es necesario afrontar y con
esperanza ante los logros y realizaciones que se podrán cosechar. Esto vale por
lo que se refiere a los acontecimientos de la sociedad civil y también a la
marcha de la Iglesia que avanza en la historia cumpliendo su misión. Es bueno
mirar a la Iglesia así, en camino, en tensión permanente; sin caer en
triunfalismos que ven todo realizado, ni en pesimismos que anuncian la
decadencia y el fracaso.
Los análisis negativos que se
hacen, con frecuencia, responden a una comparación con una supuesta edad dorada
que nunca ha existido. La lucha es una realidad permanente en la vida. Cada
día, la Iglesia debe enfrentar retos nuevos, porque no está para conservar el
mundo como es, sino para acompañarlo en una transformación, vislumbrando sus
nuevas posibilidades. San Gregorio Magno tuvo la lucidez y el coraje, mientras
la sociedad romana se desplomaba, de enviar monjes a evangelizar a los
bárbaros.
No podemos negar los problemas y
las dificultades, pero es necesario ir adelante con la convicción paulina de
que “el Evangelio es poder de Dios para salvar a todo el que cree”. No se
trata, con un fundamentalismo nocivo, de
empeñarnos en restaurar el pasado que ya no existe, sino de poner en acción la
asombrosa capacidad que tiene el Evangelio para transformar la debilidad en
fuerza. Basta que trabajemos con humildad, porque “llevamos este tesoro en
vasijas de barro”.
Concretamente, por lo que se
refiere a la Iglesia, algunos miran con decepción el futuro por las
dificultades que ella enfrenta. Sin embargo, la Iglesia nunca es una realidad
terminada. Es la ilusión y el esfuerzo porque Cristo sea todo en todos. Sabemos
que Dios va trabajando con esta “fuerza débil”, “que no cuenta”, para cambiar
desde adentro el corazón humano y las poderosas dinámicas del mundo. No nos
pueden paralizar ni el miedo ni la sensación de impotencia. La esperanza tiene
que ser más fuerte que todas nuestras debilidades.
Con esta convicción iniciemos
este nuevo año. Tenemos muchas tareas que nos esperan. Debemos darle más vigor
a toda la organización diocesana; seguir respondiendo a las crecientes
exigencia administrativas; aprovechar cada vez más el ICAP, PROBIEN y Barrios
de Jesús, instituciones que se renuevan según nuestras necesidades; continuar aprovechando
las enormes posibilidades de la comunicación actual; buscar que se consoliden
todos los lazos de comunión y de interacción para tener más vida y fecundidad
en lo que somos y hacemos.
Y todo, para lograr ser más eficaces y apostólicos en cuanto concierne a nuestra misión esencial que es la evangelización. Por tanto, para impulsar la catequesis, el trabajo pastoral con los jóvenes y las familias, la promoción de pequeñas comunidades e iniciativas de pastoral social. De un modo particular, pienso que debemos continuar consolidando el Centro Arquidiocesano de Evangelización, los Centros de Pastoral Familiar y la Fundación para la Educación. Este año, igualmente, nos espera poner en marcha el Centro Pastoral Pablo VI y la Fundación para las Obras Sociales de la Arquidiócesis. Feliz Año para todos y que el Señor nos muestre su misericordia.