CUATROCIENTOS AÑOS DE EVANGELIZACIÓN
29 | 02 | 2016
La fundación de Medellín puede pensarse como un proceso
realizado a lo largo de muchos años. Los primeros pobladores indígenas, que
habitaban estas tierras desde tiempo inmemorial, fueron encontrados, el 10 de
agosto de 1541, por Jerónimo Luís Tejelo, el primer español que pisó el Valle
de Aburra. Cien años después, en 1649, comienza a formarse el caserío de Aná,
tomando el nombre de la quebrada que lo atravesaba, hoy conocida como Santa
Helena. Más tarde, en 1675, se funda propiamente la Villa de Nuestra Señora de
la Candelaria y se establece la parroquia denominada con esta advocación
mariana, en el sitio que ocupa actualmente.
Pero, entre esos acontecimientos hay uno, ocurrido
exactamente hace cuatrocientos años, que no puede pasar desapercibido. El 2 de
marzo de 1616, el Oidor-Visitador Francisco Herrera Campuzano inauguró, probablemente donde hoy se ubica el
parque de El Poblado, un Resguardo Indígena con el nombre de San Lorenzo de
Aburrá. Se trata de un ente jurídico que arropa unas construcciones básicas,
alrededor de una capilla doctrinera, para la protección y evangelización de
unos 500 nativos de distintas tribus de Antioquia. Se cumplía así una política
del gobierno español que ordenaba concentrar los indígenas que sobrevivieron a
la conquista, en rudimentarios caseríos con fines humanitarios y militares.
El Oidor dispuso que los indígenas fueran adoctrinados, que se les enseñara el
español, que se los defendiera en su libertad para tener una organización bajo
jefes de su misma tribu y ordenó que no se sometieran a trabajos duros y que se
protegiera especialmente a los ancianos y a los huérfanos. La fundación de San
Lorenzo puede considerarse, de una parte, como el inicio del poblamiento de
todos los municipios del Valle de Aburrá; y, de otra, como el verdadero
comienzo de la evangelización en esta comarca. Hecho que resulta innegable por
la constitución de la primera parroquia-doctrina y la toma de posesión del
primer párroco, el portugués Baltasar Pereira Orrego.
No es difícil imaginarse las dificultades del comienzo. En
este sentido, concluye el P. Javier Piedrahíta, cuidadoso investigador de estos
acontecimientos, que la evangelización de América fue tan meritoria como lo fue
la primera evangelización del mundo pagano hecha por los apóstoles y sus
inmediatos sucesores y añade que la evangelización de una cultura no puede
verse sino como una obra de Dios. Junto a la acción insustituible de la gracia
podemos pensar también cuánto esfuerzo y cuántos sacrificios han aportado
obispos, presbíteros, religiosos y laicos bajo el sol de estos cuatro siglos
para que la fe cristiana esté, desde la raíz, en nuestra historia y en nuestra
organización social y cultural.
Por eso, no se trata simplemente de recordar unos
acontecimientos, sino de entrar en una realidad espléndida y permanente que se
ha descrito desde el principio de la evangelización diciendo: “Y la Palabra de
Dios cundía...”. Entonces, debe brotar en cada uno de nosotros, junto a la
acción de gracias por el camino recorrido, el impulso apostólico para
continuar, respondiendo a los desafíos de hoy, la misión que hemos recibido de
Cristo. De tal manera, que nuestra sociedad no olvide su vocación cristiana y
logre configurar desde ella un modelo de vida que no cambie los valores
irrenunciables del Evangelio por los ídolos del poder, de la riqueza, del
placer y de la violencia.
La celebración de estos cuatrocientos años de evangelización es una nueva oportunidad para reforzar el sentido de pertenencia a nuestra Iglesia y para renovar la pasión por hacer verdaderos discípulos misioneros de Cristo; así los católicos no estarán tentados de acampar en sectas y grupos que los deslumbran, pero que no les dan la vida plena en Cristo. Debe acrecentarse la formación de los laicos, además, para que puedan trabajar con eficacia en la construcción de un tejido social que no ceda ante las propuestas de la corrupción, de la fuerza de las armas, de la codicia, del espejismo de la droga, de ciertas ideologías y del egoísmo que carcomen la integridad moral y la esperanza de nuestro pueblo.