VEN, ESPÍRITU SANTO
30 | 04 | 2016
Pentecostés es uno de los
momentos más grandes del camino de la humanidad, aunque no lo cataloguen como
tal los grandes historiadores y pensadores. En esa discreta experiencia de los
primeros cristianos en Jerusalén, se da la irrupción de la luz y de la fuerza
de Dios que injerta en la estructura humana el dinamismo creador de la
resurrección en que acaba de entrar Jesús de Nazaret. A partir de entonces, se
da una alianza nueva entre Dios y la humanidad, se da la posibilidad de una
nueva forma de ser y de vivir, se da un pueblo nuevo que empieza a llenar la
tierra.
Pentecostés pareciera un
acontecimiento insignificante, perdido en el tiempo y cuya descripción cabe en media
página de un libro. Sin embargo, a partir de ese pequeño grupo de personas que
reciben el Espíritu Santo y son transformadas, comienza la transformación del
mundo entero. Muchos piensan que todo se mueve en la vida de los hombres sólo
por un juego de fuerzas sociales, económicas y políticas. No saben que quien da
sentido, quien libera la libertad, quien da unidad y finalidad a todo es el
“amor de Dios derramado en nuestros corazones”.
Por tanto, los invito a todos a
redescubrir el misterio de Pentecostés. Esto significa permitir que esta gran celebración
cristiana con la que culminamos la Pascua produzca en nosotros una conversión
continua, personal y comunitaria, a Cristo, Señor y Salvador; abra todo nuestro
ser a la persona inefable del Espíritu Santo, a su presencia y a su poder;
renueve nuestra vida que ha nacido en el Bautismo y que desde entonces está
destinada a acoger y anunciar el Evangelio; llene nuestro ser con las gracias y
carismas que necesitamos para que, unidos en el único cuerpo de Cristo, podamos
realizar la misión que hemos recibido.
En nuestra existencia cotidiana
nos movemos en medio de tantas contradicciones. Queremos vivir más tiempo, pero
no sabemos para qué; reclamamos los derechos humanos pero cada vez nos
deshumanizamos más; pedimos a gritos la felicidad, pero la que encontramos es
tan frágil que jamás nos llena; exigimos libertad pero permitimos que nos
muevan desde adentro y desde afuera fuerzas oscuras que nos esclavizan; percibimos
la necesidad de amar y ser amados pero no cuidamos las verdaderas relaciones
que nos sacan de la cárcel de nuestra soledad. Nos falta recibir el Espíritu Santo.
Hoy en la Iglesia tenemos que
constatar con humildad que nos falta purificarnos a fondo; que estamos viviendo
en la superficie, sin interioridad; que nos cuesta mucho vencer el egoísmo,
para llegar a la comunión; que carecemos de la pasión y la audacia que requiere
la evangelización del mundo; que no hemos sido capaces de instaurar la verdad,
la justicia y la paz en nuestra sociedad; que nos hemos acostumbrado a vivir
sólo de pan y no de Dios; que ya sabemos ser indiferentes frente al sufrimiento
de los demás porque no somos misericordiosos como el Padre. Nos falta recibir
el Espíritu Santo.
Por eso, hago un llamamiento
apremiante a que todos vivamos con el mejor provecho la próxima solemnidad de
Pentecostés. Que en las parroquias se hagan catequesis y vigilias que nos abran
a recibir el Espíritu Santo. Invito para que el próximo 9 de mayo, en la plaza La
Macarena nos encontremos los movimientos y asociaciones, los grupos apostólicos
y pequeñas comunidades, los fieles todos, en un solo clamor: “Ven, Espíritu
Santo”. Sin él nuestra vida es un nudo de soledad y miedo; nuestra pastoral el
triunfo del individualismo, nuestra liturgia ritualismo o teatro, nuestras
comunidades mero exhibicionismo. Es urgente; debemos pedir y recibir el
Espíritu Santo.