"AGUJEROS NEGROS"
21 | 05 | 2016
Hace exactamente un siglo, en
1916, el astrónomo alemán Karl Schwarzschild desarrolló el concepto de “agujero
negro” para describir una región del espacio en cuyo interior existe una
concentración de masa lo suficientemente elevada como para generar un campo
gravitatorio tal que ninguna partícula material, ni siquiera la luz, puede escapar
de ella. Nada que entre en su proximidad se libra de caer inexorablemente en el
agujero.
Podríamos decir, utilizando esta
imagen, que también en nosotros hay “agujeros negros”. Actitudes y
comportamientos que se tragan irremediablemente la paz, la alegría, la vida.
Tantas veces no sabemos descubrir la presencia del mal en nosotros, porque se
disfraza de protección o defensa del propio yo y, por eso, le permitimos estar
en nosotros. Pero el mal es siempre ausencia de bien y nunca engendra algo
provechoso.
Si fuéramos lo suficientemente
sagaces sabríamos desenmascarar las astucias del mal, que se presenta como nuestro
aliado, pero que, más temprano que tarde, mediante unos efectos perversos se
vuelve contra nosotros. Nuestros “agujeros negros”, en el fondo, son diversas expresiones
del egoísmo, que una vez bien alimentado es, de un modo extraño, causa de
segura autodestrucción.
Podríamos enumerar muchos de
estos “agujeros negros”, que nos succionan la vida. Pensemos, en primer lugar,
en el desencanto. Es la pérdida de la esperanza o la ilusión; es la ausencia de
ideales que nos deja sin sentido y fuerza para vivir. A veces, por la fatiga
acumulada o por la experiencia de algún fracaso o por haber sido defraudados
por alguien, se entra en este estado de desaliento y frialdad, en el que
realmente se escapa la vida.
Otro “agujero negro” es la
desunión. Divididos y desarticulados se vive sin fuerza, sin integración a un
conjunto, sin verdadera fecundidad. La unidad está implícita en toda la realidad;
quien se aparta de ella se empobrece y de alguna forma retarda el proyecto
común. Con frecuencia, se justifica bajo conceptos como autonomía,
originalidad, libertad. Sin embargo, es camino rápido a la ineficacia y a la
frustración.
La indecisión nos lleva a pasar
la vida pensando, calculando, esperando ciertas condiciones, deseando que las cosas
se realicen por ellas mismas. Es una evidente pérdida de tiempo y un permitirse
no realizar lo fundamental cuando es debido. Es otra forma de vivir a medias,
de postergar lo que se debe hacer hoy, de dejarse robar las mejores
oportunidades, de no saber ejercer la libertad y al final quedarse con las
manos vacías.
Podemos ver también la envidia
como un “agujero negro”. Ella lleva a la tristeza por el bien del otro, a la
crítica amarga y hasta la difamación y el atropello del otro. De alguna forma,
es una infravaloración de sí mismo y una manifestación de la incapacidad de
aprovechar gozosamente los dones de los demás. La envidia destruye la confianza,
impide las relaciones armoniosas y genera bloqueos en una eficaz integración
comunitaria.
Del mismo modo la impaciencia nos
quita la capacidad de vivir y actuar serena y provechosamente. Todo en la naturaleza
tiene un ritmo y la interacción de la libertad de las personas, igualmente,
demanda su tiempo. Si “la paciencia todo lo alcanza”, la impaciencia todo lo
arruina. La impaciencia surge normalmente de la impotencia ante el mal, de la
incapacidad de tener o construir inmediatamente lo que se quiere o necesita.
Estos “agujeros negros” se tragan
la fuerza y la alegría de la vida en cada persona, pero son también muy
siniestros en los procesos de la comunidad y de la acción pastoral. Como
responden a necesidades y pulsiones del propio yo, frente a ellos no vale la
represión sino un estímulo positivo. Así, contra desencanto, entusiasmo y
esperanza; contra desunión, fraternidad y comunión; contra indecisión, convicción
y compromiso; contra envidia, nobleza y caridad; contra impaciencia, paz y
fortaleza interior.