LA CELEBRACIÓN DE LOS FUNERALES
16 | 07 | 2012
La comunidad parroquial
acompaña a sus fieles a lo largo de la vida, desde su nacimiento hasta la
muerte. De esta manera, cuando engendra los hijos de Dios por el Bautismo,
cuando los inicia en la fe, cuando santifica todos los momentos de su
existencia con la Eucaristía y los demás sacramentos, cuando les muestra su
solicitud por la catequesis, la atención a los enfermos y la ayuda a los pobres
y cuando los despide hacia la casa del Padre, la parroquia refleja admirablemente
la santidad, la belleza y la maternidad de la Iglesia.
Ciertamente, uno de los
acontecimientos de mayor profundidad humana, en el que los fieles no olvidan
nunca el amor con el que se los trate y en el que tenemos la ocasión de
acercarnos pastoralmente a las personas creyentes y a las que no son
practicantes, es la atención espiritual a los moribundos y la celebración de
los funerales. Merecen la mejor felicitación los sacerdotes y laicos que ponen
todo su esmero para lograr que las exequias celebren y transmitan la fe de la
Iglesia, para hacer de ellas una experiencia de consuelo y de esperanza para
los parientes del difunto.
Lo ideal es que las
exequias se celebren en la propia parroquia del difunto. Para conducir bien
este momento pastoral y litúrgico, que tiene tantas implicaciones, tengamos en
cuenta lo siguiente:
1. Es necesario que las
parroquias estén abiertas y sean acogedoras, que los sacerdotes y empleados que
sirven a los fieles no caigan en una rutina fría e inhumana sino que ayuden con
amor a las personas que llegan, con la mayor delicadeza y comprensión, como se
atiende a los miembros de la propia familia y haciéndolo todo “para la gloria
de Dios” (1 Cor 10,31).
2. Conviene ilustrar a
los feligreses, con antelación, sobre lo que debe significar para ellos la
parroquia y cómo deben vivir la muerte de sus seres queridos con su comunidad.
Se les deben dar a conocer las disposiciones que se tienen. Cuando queremos
explicar y exigir cierta organización a las personas agobiadas de dolor y de cansancio,
no conseguimos sino disgustos que, a veces, llevan incluso a que se alejen de
la Iglesia.
3. Enseñemos que la
Eucaristía es el corazón de la realidad pascual de la muerte cristiana y, por
tanto, en la Eucaristía la Iglesia expresa en la forma más perfecta la comunión
con aquellos que han muerto en el Señor y ora por ellos (cf CIC Nº 1689). Por
tanto, no necesitamos añadir nuevos elementos rituales o culturales a la
celebración litúrgica.
4. Es muy importante
preparar bien la homilía de los funerales; puede ser la ocasión para que aun a
personas no creyentes les llegue un mensaje de esperanza cristiana. La homilía
nunca debe ser un panegírico para elogiar al difunto, sino una iluminación del
misterio de la muerte a la luz de Cristo resucitado, a partir de las lecturas
que se han proclamado y una motivación a orar por su salvación (cf CIC, 1688).
5. El canto es esencial
en las exequias y debe estar de acuerdo con las orientaciones de la liturgia;
debe expresar el misterio pascual de Cristo. En un funeral nunca se puede
permitir que se interpreten cantos populares no religiosos o canciones
románticas de despedida o las canciones favoritas del difunto.
6. Conviene evitar,
hasta donde sea posible, discursos y lectura de decretos dentro de la celebración
de las exequias. El lugar para esas manifestaciones, que con frecuencia
resultan desentonadas, debe ser la sala de velación o el cementerio. Cuando una
persona escogida por la familia insiste en agradecer a los presentes debe
hacerlo brevemente al final de la celebración, con un texto revisado y en un
tono de fe y de esperanza.
7. Se debe cuidar que
las funerarias lleven a las parroquias la información correspondiente. Los
honorarios que pagan las funerarias (actualmente $ 70.000,oo) incluye los
derechos de despacho y el estipendio de una Misa, que si no se celebra con el
funeral porque éste tiene lugar en el cementerio, debe programarse con la
familia del difunto en el momento que resulte más oportuno.
8. La Misa de funeral
puede celebrarse en la parroquia también en los horarios de las misas
regulares. Cuando preside la misa un sacerdote que no es conocido y se presenta
como pariente del difunto, se deben pedir siempre las licencias.
9. Aunque, como
sabemos, la Iglesia recomienda la costumbre piadosa de dar sepultura a los
cuerpos de los difuntos se permite la cremación con tal de que no se haga por
razones contrarias a la fe; de todas formas, es preferible que la Misa o
liturgia del funeral se celebre en la presencia del cuerpo del difunto antes de
ser incinerado. De otra parte, conviene recordar que el dispersar o guardar en
las casas las cenizas de los difuntos es una práctica que la Iglesia no acepta
como reverente (cf CIC 1176).