LA INFANCIA MISIONERA
04 | 11 | 2014
En la pasada celebración de la Jornada Mundial de las Misiones, tuvimos la consagración de un buen grupo de niños y niñas en la Infancia Misionera. La Infancia Misionera fue fundada por Mons. Carlos Augusto Forbin-Janson en Francia, en 1843, al comprobar que los niños católicos podían ayudar a otros niños del mundo, con su oración, con su vida ofrecida y con su ayuda económica. Esta idea prendió rápidamente, dando muchos frutos. El Papa Pío XII, en 1950, la hizo una de las Obras Pontificias y la extendió a toda la Iglesia. Desde entonces se ha visto que arraiga fácilmente y que puede ampliarse a los adolescentes y a los jóvenes.
También entre nosotros se ha venido propagando y veo que funciona muy bien en numerosas parroquias. Me parece que es un movimiento que debemos mantener y aumentar. De una parte, es uno de los movimientos que se integra sin problemas a las parroquias y que realmente contribuye a la formación cristiana de los niños. De otra, no es algo impuesto por los adultos sino algo que va surgiendo en el interior del propio niño y le da un papel protagónico en el servicio misionero. Así, los niños terminan contagiando de espíritu misionero a las propias familias, a sus amigos, a la escuela y a toda la comunidad parroquial. Es una obra pionera en la pastoral de la infancia. Permite que los niños tengan la oportunidad de experimentar que han sido profundamente amados por Dios y que esto lo deben transmitir a otros con su vida. Es, en verdad, una escuela de formación humana y cristiana.
El
encuentro con Cristo lleva a los niños a enriquecerse con numerosos valores: la
confianza en Dios Padre que llena de alegría y paz, el deseo de realizar su
vida con entusiasmo y esfuerzo según el proyecto magnífico del Evangelio, la solidaridad
y la esperanza que suscita el verse dentro del plan de la salvación cooperando
para el bienestar de los demás. En la Infancia Misionera los niños forman una
red social de amigos, pero no es virtual sino real. No se conocen en internet,
como es frecuente hoy, sino en Jesús. De esta manera, aprenden el amor de Jesús
con los que sufren y empiezan a sentir lo que es formar parte de la gran
familia humana. Desde niños se hacen capaces de entregar el corazón,
comprendiendo, perdonando y sirviendo a otros.
Donde
se aprende el amor surgen las mejores decisiones de consagrar la vida a los
demás; por eso, la Infancia Misionera es también un semillero de vocaciones al
sacerdocio y al compromiso laical. Me parece que debemos valorar y aprovechar
mejor la Infancia Misionera dentro de nuestros procesos de formar discípulos
misioneros y en el cuadro de nuestra organización pastoral a partir de las
parroquias. La espiritualidad que subyace en este proyecto es que la amistad
con Jesús es un don tan grande que no se puede tener para uno mismo. Quien
recibe este don siente la necesidad de transmitirlo a otros. Así, los niños van
saliendo de sí mismos y, con su oración, sus sacrificios, sus ofrendas
económicas para ayudar a otros niños, se vuelven, según una viva imagen de San
Pablo, “carta de Cristo” en la que muchos ven y conocen al Señor. Hoy cuando
muchas familias tienen dificultad para transmitir la fe, cuando el ambiente
cultural no siempre favorece el seguimiento de Cristo y cuando tantos viven sin
el gozo y la esperanza de estar en Dios, qué importante resulta aprovechar esta
metodología sencilla y esta organización tan simple para la formación cristiana
y misionera de nuestros niños y adolescentes. Hago llegar mi voz de ánimo alos
sacerdotes, religiosas y laicos que, como he visto, se dedican con tanto empeño
a formar la niñez mediante esta Obra Pontificia, que hoy está presenteen muchas
diócesis de 117 países del mundo.