LA FAMILIA ES INDISPENSABLE
24 | 10 | 2016
Cada día tendríamos que admirarnos más de la grandeza
y la belleza de la familia; sin embargo, amplios sectores del mundo de hoy, por
un motivo o por otro, viven un momento de ceguera sobre esta institución
fundamental. Tener claridad sobre este tema es definitivo para salvar las
personas concretas y para salvar la civilización. De la identidad y estabilidad
de la familia depende, en buena parte, que haya niños felices, mujeres felices,
hombres felices; todos armoniosamente ubicados e integrados en la sociedad.
Para percibir y aceptar la identidad y la misión de la
familia es necesario, ante todo, ver el proyecto que, a través de ella, Dios ha
inscrito en la estructura humana. Se entiende la familia en su realidad
profunda cuando se ve como fruto de una vocación, de una llamada y una
respuesta, de un diálogo salvífico entre Dios y el ser humano. Desde esta
perspectiva se pueden combatir mejor los males que la asechan: el egoísmo, la
inmadurez, la falta de formación, la persecución cultural y la escasez de una
adecuada acción pastoral.
Hoy, tal vez como nunca, la familia es irremplazable
en ciertos campos esenciales para la persona y la sociedad. Ante todo, es el
espacio primordial para ser amado y para aprender a amar. Uno no nace
terminado. En el hogar, de un modo natural, se continúa una dinámica de
creación en el amor. Es el único lugar donde el amor es gratuito; uno no tiene
que ganarse el amor; lo recibe desde antes de nacer. Así surge la autoestima
que nos asegura que cada uno es amado por sí mismo y no es un error de la vida.
Por consiguiente, si soy amado también soy capaz de
amar y de darme. En el hogar la persona se encuentra con su originalidad y sus
posibilidades. Se conocen y se viven la dimensión masculina y la dimensión
femenina de la persona; se entra en una relación integral de adultos, jóvenes y
niños; se aprenden las actitudes difíciles que llevan a relaciones humanas de
calidad: amar al otro como es, compartir lo que se es y se tiene, servir
desinteresadamente, perdonar con nobleza, ser solidario con los demás.
La familia es una escuela de comportamiento ético. En
el hogar no se puede resolver el problema moral de la sociedad, pero se puede
enseñar un comportamiento verdadero; el concepto de moralidad se forma en los
tres primeros años de vida. Esta es una labor prioritaria de la familia, porque
anuncia y testimonia los valores esenciales: ser honesto, ser veraz, ser
responsable. Igualmente, desenmascara los valores falsos que deshumanizan.
Enseña hacia dónde se debe orientar todo el ser y cómo se deben tomar
decisiones en la vida.
Por último, la familia es el ámbito para trascender,
para entrar en una verdadera espiritualidad. La experiencia de Dios que es
Padre misericordioso de quien soy un hijo amado se tiene de un modo primigenio
en el hogar. Allí, viendo orar al padre y a la madre, se aprende a creer en
alguien que da sentido y fuerza para vivir; se tiene la certeza de que existe
un Amor que no traiciona; se aprende también a vivir la fe compartida y en
unión con los otros, es la primera experiencia de Iglesia. En la familia se
recibe el mejor regalo que es Dios.