¿SE CLAUSURA EL AÑO DE LA MISERICORDIA?
15 | 11 | 2016
El Año de la
Misericordia, convocado por el Papa Francisco, se ha clausurado el 13 de
noviembre en todas las diócesis del mundo y una semana después, en la
solemnidad de Cristo Rey, se clausura también en Roma. Ha sido un año de gracia
en el que toda la Iglesia ha vivido la experiencia de la misericordia de Dios,
corazón palpitante del Evangelio, y ha recibido la misión de anunciarla a todo
el mundo. Nos ha permitido sentir de nuevo el abrazo de Dios. Ha sido una
llamada, un despertar, un relanzamiento de la vida a partir de la certeza de
que Dios nos ha amado primero, nos ha perdonado, nos acompaña y remedia las
carencias de ser o de bien que se dan en nuestra miseria humana.
Pero el Año de
la Misericordia no puede pasar sin habernos dejado una nueva forma de pensar,
de vivir y de ser misericordiosos como el Padre. En nosotros tiene que quedar para siempre la
experiencia de la compasión de Dios que nos ha sido revelada en Jesucristo y
que se vuelve una fuente permanente de alegría, de serenidad, de libertad y de
paz. En efecto, hemos aprendido a interpretar y a realizar nuestra vida desde el
camino de felicidad que nos propone en el Evangelio, desde el perdón que Él nos
ofrece siempre, desde el amor creador con que nos trabaja cada día.
Este Año Jubilar
debe continuar despertando en nosotros la misericordia que habita en nuestro
corazón de hijos de Dios, colmados de su amor. De esta manera, la misericordia
debe ser la vía maestra que lleve a la Iglesia a cumplir su misión de ser un
signo vivo del amor del Padre santo y providente. Y, por lo mismo, será para
cada uno de nosotros una llamada a hacernos cargo, a través de las obras de
misericordia, de las dificultades y debilidades de nuestros hermanos,
especialmente de los más pobres, que son los privilegiados del amor paterno de
Dios.
El Jubileo
continuará manteniendo en nosotros la certeza clara de que somos peregrinos en
camino hacia la meta que es Dios y que la Puerta Santa para entrar es Cristo.
En verdad, Cristo es la epifanía definitiva de Dios, que nos enseña a ser hijos
y a ser misericordiosos a través de la escucha de la Palabra, de la celebración
de su misma vida en la Liturgia a lo largo del año, de la vivencia pascual en
los sacramentos particularmente la Eucaristía, de la alegría de la fraternidad
en cada comunidad cristiana y del mandato misionero de entregar a otros el
Evangelio que hemos recibido.
A lo largo de
este año, con buena voluntad, cada uno ha buscado recibir y dar los mejores
frutos. Dios ve el corazón y conoce los esfuerzos que hemos hecho. El Año de la
Misericordia en realidad no se termina; es como un horizonte que nos seguirá
mostrando nuevas riquezas y nuevas
posibilidades, que es preciso aprovechar. Es como un surco que quedó sembrado y
ahora nos corresponde continuar cultivando con responsabilidad y esperanza las
plantas que nos darán una fecunda cosecha. Es como un acicate, cargado de
humanidad, que seguirá impulsando nuestras vidas hacia la santidad, el
apostolado y la caridad con todos.