APROVECHAR BIEN EL NUEVO AÑO LITÚRGICO
21 | 11 | 2016
Tenemos que
reconocer que en nuestra sociedad están creciendo la ignorancia y la
indiferencia en materia religiosa. Tal vez, lo más preocupante es que esto
afecta a los mismos que se dicen creyentes. Es como un “ateísmo interior”, que
silenciosamente está socavando la fe y la coherencia de muchos cristianos. No
pocas personas se están acostumbrando a vivir tranquilamente sin Dios. Han ido
cortando la comunicación con él; no buscan el sentido de la existencia en él;
no sienten que él motive y oriente su comportamiento. Esto conduce,
frecuentemente, a una visión materialista de la vida y a rendirle culto a
ciertos ídolos.
No podemos
quedarnos tranquilos frente al debilitamiento de la fe de algunos católicos, frente
a la descristianización de las familias, frente a la fuga de miembros de la
Iglesia hacia las sectas o el mundo de la indiferencia. Cada uno de nosotros es
responsable de estos hermanos, que pueden mostrar inconsistencia en su relación
con Dios. No podemos permanecer pasivos y contentos con lo que tenemos o
simplemente conservando la estructura y prácticas del pasado. Ante esta inquietante
realidad debemos encontrar un llamamiento imperioso a la conversión, al
compromiso pastoral y a estar abiertos a la creatividad del Espíritu.
El primer paso
que debemos dar es vivir más auténticamente nuestra fe y nuestra relación con
Dios, evitando la superficialidad, la rutina y la exterioridad. Debemos avanzar
en una nueva evangelización y en fomentar la acogida fraterna en medio de
nuestras comunidades. Debemos promover una liturgia viva, donde todos podamos
tener la participación consciente, activa y fructuosa que ha pedido el Concilio
Vaticano II. Me parece que el comenzar un nuevo Año Litúrgico es una
oportunidad privilegiada para ofrecer esa fuente primaria y necesaria donde
todos podemos beber la vida cristiana y atraer a muchos alejados a una relación
con Dios “en espíritu y verdad”.
La liturgia es
la acción sagrada por excelencia, ninguna oración o acción humana la puede igualar
por ser obra de Cristo y de toda su Iglesia y no de una persona o de un grupo.
Es el ejercicio mismo del sacerdocio de Cristo. En ella los diversos elementos
significan y realizan la santificación de cada persona y de toda la comunidad.
A través de ella se celebra la fe y se consolida la unidad del Cuerpo del
Señor. La liturgia invita a asumir un compromiso transformador de la vida, a
trabajar por la venida del Reino de Dios. La liturgia cristiana es una
peregrinación que va llevando a la transfiguración del mundo y de la historia.
Iniciar un nuevo
Año Litúrgico es comenzar a recorrer un camino a través del cual hacemos
memoria y vivimos todo el misterio de Cristo. Por medio de sus distintas etapas
o tiempos se celebran y actualizan los acontecimientos más importantes del plan
de la salvación, mediante un itinerario de fe que nos permite experimentar y
apropiarnos todo lo que el amor de Dios ha hecho por nosotros. De esta manera,
el Año Litúrgico es memoria de las acciones salvíficas de Dios, es presencia de
Cristo que nos involucra en su Pascua, es anuncio profético de una plenitud que
viene.
Para lograr esto
es preciso promover una verdadera pastoral litúrgica que haga de esta
estructura el lugar donde los creyentes celebran, viven y maduran su fe. Lo cual
pide que esta fe sea suscitada y formada por una evangelización concreta y por
una catequesis sistemática. Igualmente, se necesita una espiritualidad
litúrgica para que cada miembro de la Iglesia a través de este itinerario se
vaya configurando cada vez más a su Señor y aprenda a vivir en la caridad “los
mismos sentimientos que tuvo Cristo”. No desaprovechemos esta oportunidad que
nos da el comenzar un Año Litúrgico para avivar la fe de la comunidad cristiana
y para ofrecer un espacio acogedor de vida nueva a los alejados.