PATRONA DE TODA LA ARQUIDIÓCESIS
03 | 12 | 2016
Se ha tenido en
la Iglesia la práctica de que los países, las diócesis, las ciudades y las
parroquias tengan a la Santísima Virgen o a uno de los santos como patrono. El
Concilio Vaticano II expresa las razones para ello cuando muestra, de una
parte, la necesidad de manifestar la unión de toda la Iglesia en el Espíritu
reforzada por el amor fraterno; de otra, la realidad de que los hermanos del
cielo, que están más íntimamente unidos con Cristo, consolidan más firmemente a
toda la Iglesia en la santidad; y, finalmente, que ellos no dejan de interceder
por nosotros ante el Padre (cf LG 49.50).
Los santos, en
efecto, nos ayudan a unirnos a Cristo de quien procede la vida del Pueblo de
Dios y presentan por medio del único mediador entre Dios y los hombres, Cristo
Jesús, los méritos que adquirieron en la tierra; de esta manera su solicitud
fraterna ayuda a nuestra debilidad (LG 49). El Patrono se distingue del Titular,
que es quien da el nombre a la diócesis o a la parroquia y, por tanto, puede
ser uno de los atributos de Dios o uno de los misterios de Cristo. El Patrono,
en cambio es uno de los santos que se venera como modelo de vida cristiana y
como protector e intendente ante Dios.
Cuando el 14 de
febrero de 1868 se extinguió y trasladó la Diócesis de Antioquia a Medellín,
quedó como Patrona de esta naciente Iglesia la misma que tenía la diócesis
extinguida, la virgen y mártir Santa Bárbara. Sin embargo, la renovación
litúrgica promovida por el Concilio Vaticano II, aplicada en la Instrucción “Calendaria Particularia”, pidió que se
revisaran los calendarios particulares se quitarán los nombres de aquellos
santos de los que, fuera del nombre, poco o nada consta históricamente o de los
santos que, habiendo sido introducidos en otros tiempos, ahora tienen poco o
nada que ver con la diócesis (cf CP 19).
Fue así como
salió del Calendario Romano la celebración de la memoria de Santa Bárbara y
también en Medellín decayó su devoción y se olvidó su patronazgo. De otra
parte, la citada Instrucción señala: “En
el caso que el culto y la piedad hacia un patrono legítimamente establecido o
recibido por tradición inmemorial, con el correr del tiempo hayan desaparecido,
o si nada cierto se sabe del mismo santo, nada impide que, después de estudiar
bien el asunto y de oír a los interesados, se establezca un nuevo patrono”
(CP 33). Por eso, después de las consultas pertinentes, he pedido a la Santa
Sede se nombre a Nuestra Señora de la Candelaria como Patrona de la
Arquidiócesis de Medellín.
He visto, en
efecto, la necesidad de tener un motivo más para mirar el modelo de fe y de
esperanza que es la Santísima Virgen María, para contar por un nuevo título con
la amorosa protección de la Madre de Dios y para marcar nuestra identidad con
una devoción que se remonta al origen de nuestra vida eclesial, pues hace casi
cuatrocientos años llegó al poblado de San
Lorenzo de Aburrá el cuadro de Nuestra Señora de la Candelaria, al parecer
regalo de la Reina María Ana de Austria. Tanto se difundió el culto a ella que,
el 2 de noviembre de 1675, se cambió el nombre del poblado en el de Villa de la
Candelaria de Medellín.