VIVIR EL SENTIDO AUTENTICO DE LA NAVIDAD
19 | 12 | 2016
Si damos una
mirada al mundo, constatamos que la Navidad ya no pertenece sólo a la comunidad
cristiana, sino a toda la humanidad; es una fiesta que se ha difundido en todos
los continentes. Ha asumido una dimensión universal, pero no siempre tiene el
significado original. En algunos ambientes se celebra con un carácter
simplemente cultural, afectivo o familiar. En otros, se ha llegado incluso a
que un momento que en principio es místico, se vuelta solamente consu-místico,
desnudándolo de su más profundo valor.
La Navidad
2016 será para tantos cristianos y no cristianos el regreso de una época del
año que, como un paréntesis en el tiempo, lleva a reencontrarse con recuerdos
de la infancia, con sentimientos y aspiraciones tal vez olvidados, con un fondo
de bondad que motiva a abrir el corazón, al menos por unos pocos días, a la solidaridaridad
y a la alegría. Para los que queremos ser cristianos de verdad, la Navidad debe
trascender esos elementos culturales y sociales y llevarnos mucho más lejos.
La Navidad
es la venida de Dios en “nuestra carne mortal” nada menos que para construir un
hombre nuevo y un mundo nuevo. La falla de muchos cristianos de hoy es la falta
de fe, no como actuación moral sino como mentalidad; en realidad, sólo cuando
la fe alcanza su madurez y su plenitud se vuelve cultura. No son todos, en
efecto, los eclesiásticos y los laicos que sienten en el fondo del alma y
proclaman con desbordado entusiasmo el gozo del acontecimiento salvador que
celebramos.
Esa fe la ha
sintetizado admirablemente el Catecismo de la Iglesia Católica: “Nosotros creemos y confesamos que Jesús de
Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el tiempo del rey
Herodes el Grande; de oficio carpintero, muerto y crucificado en Jerusalén,
bajo el procurador Poncio Pilato, es el Hijo eterno de Dios, hecho hombre, que
ha salido de Dios, bajó del cielo, porque la Palabra se hizo carne y puso su
morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, que recibe del Padre como Hijo
único, lleno de gracia y de verdad. Pues de su plenitud hemos recibido todos”
(CEC, 423).
El
cristianismo no consiste en que Dios se une al hombre, sino que se ha hecho
hombre; en una única persona viven en plena comunión la totalidad de la divinidad
y la totalidad de la humanidad. Este es el inicio del único verdaderamente grande
acontecimiento de la historia y del cosmos: la venida de Dios en nuestra carne.
Acontecimiento que tiene consecuencias
insondables: Dios habita en nosotros mismos, la dignidad del ser humano nos
supera, cada momento de la vida se puede cargar de la plenitud de Dios.
Cuando se desconoce
esta verdad esencial, el mundo se enferma, el egoísmo degenera las relaciones
humanas, se llega a despreciar a los demás y a usar contra ellos la violencia,
se agota la fuente permanente de la responsabilidad y del amor, la vida no
llega a toda su alegría y belleza. Es que Dios no ha venido para un pequeño
ajuste, sino para realizar la salvación total de la persona humana. La
ignorancia y desprecio de Cristo llevan a una lamentable ignorancia y a un
peligroso desprecio del hombre.
Urge que los
cristianos vivamos el auténtico sentido de la Navidad y transmitamos a otros
ese espíritu. La fe cristiana no es un apéndice inútil de la vida, sino la
verdad definitiva de la existencia. Al desear a todos, obispos auxiliares, sacerdotes,
diáconos, religiosos, religiosas y fieles laicos el más cordial saludo de
Navidad, los invito a vivir en sus familias y en las parroquias la esperanza
definitiva que es Cristo. Que no se diga este año, como en la primera Navidad,
que entre nosotros no hubo puesto para él.