EL DON DE LA VOCACIÓN PRESBITERAL
20 | 02 | 2017
La Asamblea de los Obispos de Colombia, que se realizó la semana pasada,
tuvo como objetivo central el estudio de la nueva “Ratio Fundamentalis Institutionis Sacerdotalis” que, con la
aprobación del Papa Francisco, fue publicada el 8 de diciembre de 2016. Esta
versión actualiza el documento aparecido por primera vez en 1970; se propone
concretamente, mirando en su conjunto la formación de los sacerdotes, asumir el
magisterio pontificio sobre el particular y dar orientaciones precisas que respondan
a los grandes desafíos que tenemos actualmente.
La formación, inicial y permanente, de los sacerdotes debe ser comprendida
en una visión única, integral, comunitaria y misionera. Comienza con el
bautismo, se perfecciona con los otros sacramentos de la iniciación cristiana,
se vive como un proceso de discipulado, capacita para la entrega de sí mismo en
la caridad pastoral, exige un carácter eminentemente comunitario y continúa
durante toda la vida. Una de las novedades del documento es mostrar la
necesidad de la continuidad en el proceso formativo que se inicia en la familia
y la parroquia, se desarrolla en el seminario y se prolonga en el ministerio.
El ministerio ordenado tiene su origen más profundo en el designio amoroso
de Dios que, sellado con la sangre de su Hijo e impulsado en el tiempo con la
fuerza de su Espíritu, consagra y envía a unos elegidos para que a través del
servicio sacerdotal conduzcan a su pueblo. Así lo que expresa el profeta
Jeremías cuando pone en la boca de Dios esta promesa ardiente: “Les daré pastores según mi corazón”.
Por eso, toda la formación sacerdotal, inicial y permanente, se orienta a
configurar pastores que sirvan al pueblo con el mismo amor de Dios.
Para lograr esto, la Ratio
propone que la formación inicial se estructure en cuatro etapas. La etapa propedéutica,
que ayuda al seminarista en su maduración humana y cristiana. La etapa discipular
lo guía en la afirmación consciente y libre de su opción de seguir siempre a
Jesús. La etapa de configuración lo impulsa en un camino espiritual para identificarlo
con Cristo Siervo, Pastor, Sacerdote y Cabeza de la Iglesia. La etapa pastoral
lo lleva a comprender que su vocación y misión se viven en la inserción en un
presbiterio y entregado generosamente a la comunidad eclesial.
La formación permanente, por su parte, conduce a que la experiencia
discipular de quien es llamado al sacerdocio no se interrumpa jamás. Así, el
sacerdote, bajo la acción del Espíritu Santo y con la ayuda de sus hermanos
presbíteros, se mantiene en un proceso de continua configuración con Cristo. Es
un camino de conversión para reavivar constantemente el don recibido. Así va
superando todos los desafíos: la experiencia de la propia debilidad, el riesgo
de sentirse funcionario, el reto de la cultura contemporánea, la atracción del
poder y la riqueza, la fidelidad al celibato y el propósito de entregarse hasta
el final.
Nos llegan muy oportunas las directrices de la Ratio en este momento en el
que, con justa razón, el mundo nos reclama a los sacerdotes que seamos
íntegros, auténticos, responsables y capaces de entregar la vida. Es un
llamamiento a que toda la Arquidiócesis se sienta comprometida con la búsqueda,
acompañamiento e integración en la vida eclesial de los candidatos que van al
Seminario, de acoger a los que no terminan el proceso en el Seminario pues
deben ser después los mejores laicos en sus parroquias y de lograr que cada sacerdote
se responsabilice seriamente del don que ha recibido y lo ofrezca eficazmente a
los demás.