VOCACIÓN Y MINISTERIO DE LOS DIÁCONOS
02 | 05 | 2017
El próximo sábado ordenaré en la
Catedral ocho nuevos diáconos que continuarán su camino hacia el presbiterado y
otros cuatro que ejercerán su ministerio permanente en nuestra Arquidiócesis.
La Iglesia, desde la edad apostólica, ha tenido en gran aprecio el orden
sagrado del diaconado cuyo origen, atestiguado por la tradición, encontramos en
el episodio de la institución de los “siete hombres de buena reputación, llenos
del Espíritu Santo y de sabiduría” (Hech 6,3).
En esta página de los Hechos y en
la tradición litúrgica se ve de manera nítida el sentido profundo de los
diáconos: colaborar con el ministerio apostólico de los obispos. Con gratitud y
devoción, la Iglesia ha conservado la memoria de diáconos santos; en particular,
de san Esteban, primer mártir de la Iglesia apostólica; san Lorenzo, mártir de
la Iglesia de Roma; san Efrén, doctor de la Iglesia. A partir del siglo V,
diversas circunstancias históricas condujeron a que el diaconado fuera sólo una
etapa previa para los candidatos al presbiterado.
El Concilio Vaticano II restauró
el Diaconado como un ministerio que se pudiera ejercer en la Iglesia de forma
permanente y al que fueran llamados también hombres casados. La intención de la
Iglesia no ha sido suplir a los presbíteros en las diócesis donde hay escasez,
ni hacer un reconocimiento de méritos a algunas personas, ni ratificar
oficialmente responsabilidades ya asumidas, ni siquiera establecer una forma
solemne de envío misionero. El propósito ha sido realizar el ejercicio del
sacramento del Orden en sus tres grados: diáconos, presbíteros y obispos.
El diaconado es un ministerio
fundado sobre la gracia sacramental de la Ordenación. Se llega a ser diácono
sólo si se recibe la vocación, pues se trata de una configuración con Cristo
según una modalidad específica. Los diáconos son constituidos en la Iglesia
como signos personales y vivos de Cristo “que no vino a ser servido, sino a
servir y a dar su vida en rescate por todos” (Mt 20,28), de Cristo que “está en
medio de nosotros como el que sirve” (Lc 22,27), de Cristo que lava los pies a
sus discípulos y que invita a que recíprocamente hagamos lo mismo (Jn 13,1ss).
El diácono, efectivamente, recibe
la imposición de las manos para el servicio del Pueblo de Dios en “la diaconía
de la liturgia, de la Palabra y de la caridad”. A su modo, personifica a Cristo
siervo del Padre y de la humanidad y desde esta dimensión hace crecer la
Iglesia como realidad de comunión, de servicio y de misión. Los diáconos
encuentran su identidad fundamental y la norma permanente de vida en la
fidelidad al Evangelio e, iluminados por el Espíritu Santo, viven y realizan su
misión en diversas realidades según el contexto histórico concreto de su propia
Iglesia particular.
La vocación y la misión de los
diáconos deben ser vistos en relación a una Iglesia que crece en la conciencia
de ser misionera, comprometida con nuevos caminos pastorales, que en lugar de
contentarse con meras actividades de “conservación”, se abre audazmente a las
nuevas inspiraciones del Espíritu y a las apremiantes necesidades de los
pobres. Esto vale para los diáconos que caminan hacia el sacerdocio, pues un
presbítero no deja de ser diácono. De hecho, sería sumamente provechoso en la
espiritualidad del presbiterio no olvidar nunca la gracia de la configuración
sacramental con Cristo servidor.
Por lo que se refiere a los diáconos permanentes, poco a poco hemos ido superando la idea de que eran solamente suplentes de los presbíteros en las ceremonias que ellos no tenían tiempo de realizar. En la Arquidiócesis, los diáconos permanentes, muy unidos a sus familias, han comenzado a ejercer ministerios que les son propios. Así los vemos ahora en la pastoral familiar, en la atención a enfermos y encarcelados, en animación de pequeñas comunidades y en las labores que requiere la caridad de la Iglesia. Cada día se abren para ellos enormes frentes de apostolado. Demos gracias a Dios por estos nuevos diáconos y pidámosle que suscite esta vocación y este ministerio en muchos más.