ES URGENTE FORMAR E INTEGRAR A LOS LAICOS
20 | 06 | 2017
El mundo en que vivimos sufre grandes y profundas
transformaciones. En él, la Iglesia de Cristo debe anunciar la propuesta de
plena realización humana y social que contiene el Evangelio. Esto implica
renovar el compromiso apostólico, expresar adecuadamente el mensaje, encontrar
nuevas formas para llegar a los distintos sectores; más aún, encarnar
fecundamente la vida cristiana en la sociedad. Pero esto no es posible hacerlo
sino en y a través de personas concretas. Por eso, uno de los más grandes y
urgentes desafíos hoy es la formación integral y la participación de los fieles
laicos.
El catolicismo sociológico se cae a pedazos; de esa
estructura viven cada vez menos personas. Es preciso entonces construir desde
la base, antes de que sea tarde, una comunidad de discípulos de Cristo que viva
a plenitud la fe y que con ella impregne la realidad de la familia, de la
educación, del trabajo, de la política, de la economía, con la naturalidad de
una lámpara que una vez encendida va poniendo mansamente su luz en todo lo que
la rodea. Esto implica un proceso orgánico, progresivo, personal y comunitario
de formación del laicado.
A partir del Concilio Vaticano II se han abierto
enormes posibilidades y perspectivas para que los laicos se integren y
participen en la vida y misión de la Iglesia con la condición profética,
sacerdotal y pastoral que les ha dado el Bautismo. Todos tenemos que contemplar
con agradecimiento y alegría lo que el Señor ha venido haciendo en nuestra
Arquidiócesis con muchos laicos: crece su empeño en formarse, despiertan su
sentido de pertenencia a la Iglesia, se vinculan fructuosamente a diversos
servicios en las parroquias, influyen de diversas maneras en la transformación
de la sociedad, buscan la santidad.
Sin embargo, a la vez, debemos constatar con honda
preocupación la realidad de tantos bautizados que no salen de una gran
ignorancia con relación a lo esencial de la vida cristiana, que mantienen una
incomprensible pasividad y que encerrados en su aislamiento no se afanan por
integrarse a un proceso de evangelización, por aprovechar la ayuda de sus
hermanos y por testimoniar la alegría del Evangelio. Esto no puede seguir así.
Una tarea urgente en la Iglesia es ayudar a todos los fieles a crecer en el
sentido de responsabilidad frente al seguimiento de Cristo y frente a la misión
que de él hemos recibido.
En la historia de la Iglesia hay momento es que hay
penumbras y son más difíciles las pruebas. Ante esas situaciones la reacción
justa no es huir ni tampoco echarnos a dormir. Por el contrario, es la hora de
despertar, de crear, de apurar el paso, de asumir el futuro con más pasión.
Este momento de la Iglesia necesita un acertado protagonismo y un decidido
compromiso de los laicos. Ellos, como nunca, deben ser testigos de Cristo,
apoyo decidido de la vida parroquial, fermento de alegría y de esperanza en sus
familias y en sus barrios, constructores de un mundo nuevo.
Esto implica una formación humana y cristiana recia
y adecuada a los tiempos que corren. Tienen que aprender a escuchar a Dios en
su Palabra, a vivir el misterio de Cristo en la liturgia, a conocer
profundamente el contenido de la fe, a construir comunidad en diversos niveles,
a ser competentes para anunciar el Evangelio en múltiples ambientes y campos
pastorales. Esta tarea de formar sólidamente a los laicos es prioritaria para
los sacerdotes pero corresponde también a los mismos laicos que deben asumir
con madurez su identidad y su tarea en la Iglesia.
Saludo con gozo y esperanza el número grande de
laicos formados y comprometidos que tenemos; los procesos de formación que
están impulsando los sacerdotes en las parroquias, los delegados de pastoral y
varias instituciones arquidiocesanas; los buenos resultados de las pequeñas
comunidades y de los grupos apostólicos. Pero espero que avancemos mucho más
con decisión y eficacia. No podemos perder tiempo. La Iglesia necesita en este
momento una participación más activa y responsable del laicado. Permitamos que
en los bautizados, mujeres y hombres, se renueven hoy las maravillas de
Pentecostés.