ACERCARNOS A LA REALIDAD PROFUNDA DE LA IGLESIA
14 | 08 | 2017
La próxima Visita Apostólica del Papa Francisco a Colombia es una
oportunidad privilegiada para acercarnos a la verdadera identidad, a la misión
específica, al misterio último de la Iglesia. Con este propósito, quisiera
señalar algunos criterios o sugerencias que pueden ser útiles para nuestra
reflexión.
1. Debemos superar la visión de la Iglesia como una simple institución
humana. Con frecuencia se la mira solamente como una organización con fines culturales
o sociales. Es verdad que la misión de la Iglesia debe tener hondas
repercusiones en el modo de vivir la sociedad y que con frecuencia debe suplir
tareas en campos como la educación, la salud, la promoción laboral. Sin
embargo, la Iglesia ha sido congregada y enviada por Cristo como testigo y servidora
de un proyecto más grande: el plan de salvación de Dios.
2. Debemos ver la profunda unidad entre Cristo y la Iglesia. Desde la
experiencia inicial de Cristo y los Apóstoles, como está documentada en los
textos bíblicos, Cristo se identifica con su Iglesia, se prolonga en ella,
actúa a través de ella. No tiene ningún sentido decir que se cree en Cristo,
pero que no se cree en la Iglesia. En efecto, la Iglesia sin Cristo no tiene
razón de ser y Cristo quiere tener una nueva y actual corporeidad por medio de
la Iglesia. La fe en Cristo sin la Iglesia no supera lo que sería una idea, un
sentimiento, o un afecto a un personaje.
3. Debemos considerar que la vida y la misión de la Iglesia no se
fundamentan, como piensan algunos, en sus logros culturales, en sus estrategias
políticas, en sus bienes materiales, en su trayectoria histórica, en su imagen
mediática, en sus proyectos sociales. La Iglesia, en realidad, vive de una
misteriosa y permanente intervención de Dios que la ha pensado desde siempre,
la sostiene en el tiempo y la hace capaz de una vocación que ciertamente la
supera: continuar el dinamismo de la Pascua de Cristo.
4. Debemos vivir la indispensable dimensión comunitaria de la Iglesia. Sin
ella, la auténtica Iglesia de Cristo no existe, porque no es posible seguir a
Cristo, hacer presente a Cristo, continuar la obra de Cristo en solitario. Aun
en el plano humano, no se puede creer ni amar sin referencia a los demás. La
mentalidad individualista lleva sólo al egoísmo y a la autosuficiencia, que
finalmente constituyen un fracaso en el plano del ser y del hacer. Crear
comunidad es una tarea pendiente y apasionante
5. Debemos incrementar el sentido de pertenencia de todos los bautizados a
la Iglesia. No aparece la auténtica Iglesia si se la identifica únicamente con
obispos, presbíteros y religiosos. La Iglesia somos todos los bautizados, cada
uno con un puesto y una función en el Cuerpo del Señor. Siempre nos
complementamos y apoyamos mutuamente los unos en los otros. Llegar a esto exige
una formación espiritual y catequética permanente, una dinámica renovada de
comunión y participación.
6. Debemos aprender a amar a la Iglesia, más aún a sentir con la Iglesia y
a vivir todo con la Iglesia. Esto se logra cuando descubrimos que la Iglesia es
nuestra madre, que nos ha engendrado en la fe y nos conduce en el conocimiento
y la experiencia de Cristo. Más allá de sus limitaciones y pecados, que son los
de todos nosotros, la Iglesia es la institución más noble, más sólida y más
bella que pueda tener la humanidad. Para cada uno de nosotros, la Iglesia no
puede ser sino un motivo creciente de alegría y corresponsabilidad.
7. Debemos percibir que es el Espíritu Santo quien guía a la Iglesia y que
lo hace cuando nos mueve a cada uno de nosotros, con fuerza y con dulzura, a la
santidad, a la fraternidad y al compromiso apostólico. Si la Iglesia no logra
ser plenamente luz y sal y ciudad sobre el monte, como Dios quiere que sea en
el mundo, es por culpa de nosotros que nos resistimos a la enseñanza y a la
acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Estamos también hoy en la
posibilidad de permitir y cooperar con el milagro de Pentecostés.