EL ENCUENTRO DE LA MACARENA
04 | 09 | 2017
Entre los diversos momentos de
la Visita Apostólica del Papa Francisco en Colombia, reviste especial
importancia el encuentro que tendrá con sacerdotes, religiosos, religiosas,
seminaristas y algunos miembros de sus familias en el Centro de eventos “La
Macarena”, en Medellín. La secularización que está marcando la cultura de
nuestro tiempo, como lo ha denunciado el Santo Padre, puede mundanizar también a
la Iglesia y hacerla inoperante para la evangelización del mundo. No es raro
que este mal repercuta fuertemente tanto en la familia cristiana, como en la
vida consagrada y en el ministerio sacerdotal.
Podemos constatar, en efecto,
cómo durante los últimos años han dejado el ministerio algunos sacerdotes, se
ha debilitado notablemente la vida religiosa y la familia atraviesa una crisis
que se manifiesta en el descenso de los matrimonios, en las rupturas conyugales
y en la negación a la procreación. No aportan nada los análisis amargos y
pesimistas de estos hechos. Es más bien la hora de hacernos conscientes de la
necesidad de recuperar a Dios como realidad fundamental de nuestra vida y
proponernos encontrar con humildad lo que él nos dice y quiere de nosotros en
este complejo momento que vivimos.
Detrás de cada
sacerdote, religiosa, religioso o seminarista está una llamada del Señor, una
experiencia fuerte del amor de Dios, que cambió su vida y lo destinó para la
misión de evangelizar el mundo. No se trata de una profesión o función social.
Es algo más hondo; es la vida misma entregada al estilo de Jesús y por la causa
que llenó su existencia hasta la muerte. Ser religioso o sacerdote es optar por
una forma de vida que muchos hoy no entienden ni valoran, que en lugar de
aplausos recibe críticas o burlas, en la que frecuentemente no hay seguridades
humanas.
Seguir hoy esta vocación
es remar contracorriente Es una forma de vida posible sólo para personas
maduras que han dado verdaderamente el salto de la fe. Es un compromiso que
pide personas libres que no se dejen dominar por el “pensamiento único”, que sepan
que la felicidad está más allá del hedonismo que busca el placer, que entiendan
que los pobres no son artículos de modas ideológicas, que han descubierto que
la Iglesia aun con sus miserias es el espacio comunitario y misional más humano,
que no encuentran otra forma mejor de vivir que la que enseñó Jesús en el
Evangelio.
Con razón, detrás de
cada persona consagrada la sociedad quiere descubrir el mundo de la
espiritualidad, del amor y el servicio, de la celebración gozosa del misterio
de Cristo, de la Iglesia en comunión y misión; el pueblo cristiano espera ver
cómo se vive radicalmente la felicidad que prometen las bienaventuranzas. Pero,
igualmente, los fieles deben comprender las limitaciones y los esfuerzos de los
que el Señor ha llamado, hechos todos de la misma pasta humana; deben despertar
de su adormecimiento, sentirse responsables y cooperar decididamente en los
procesos vocacionales de los que se preparan y de los que ya se han consagrado.
Qué importante este
encuentro con el Santo Padre para recibir su orientación, pero, sobre todo,
para sentir que somos del Señor y que el fuego de su llamada nos sigue quemando
el corazón. Es un momento propicio para que las familias de los sacerdotes,
religiosos y seminaristas redescubran el papel tan importante que tienen en la
Iglesia; para que todos los que el Señor ha llamado al sacerdocio o a la vida
religiosa sintamos que se nos ha dado la vida mejor, la que está “escondida con
Cristo en Dios”; para que todos los bautizados asumamos el encargo grande y
noble que hemos recibido de ser sal y luz del mundo.