VIVAMOS EN SERIO LA NAVIDAD
16 | 12 | 2017
VIVAMOS
EN SERIO LA NAVIDAD
Escribía André
Frossard, después de su conversión al catolicismo, comentando su estilo de vida
cuando era ateo: “En Navidad nosotros nos
poníamos los trajes domingueros para ir a ninguna parte. Era una Navidad sin
recuerdos religiosos, amnésica, que conmemoraba la fiesta de nadie”. A
muchos hoy les está pasando lo mismo. Una fiesta de naturaleza cristiana, con
un profundo contenido religioso, se va volviendo una celebración mercantil, una
expresión folclórica de ciertas costumbres, un tiempo de ruido estruendoso y de
diversión vacía. La sociedad de consumo y la búsqueda fácil de placer están
traicionando la Navidad.
Para tantos, la
Navidad es hoy una fiesta pagana sin el profundo significado del acontecimiento
que se celebra. Podemos estar seguros que muchos niños y jóvenes ya no asocian
la Navidad con el amor de Dios que nos entregó a su Hijo para que en él
aprendiéramos a vivir con sentido y esperanza. Hay incluso un propósito
explícito de borrar el sentido cristiano de la Navidad. En algunos ambientes
sociales se desean simplemente “felices fiestas”, se decora el “árbol de los
regalos” y se remplaza el pesebre por adornos de pacotilla. En Oxford se
prohibió usar la palaba Navidad para no ofender a las minorías y se la denomina
como el “Festival de las luces de invierno”.
Vivamos en serio
la Navidad. A nosotros cristianos nos desafía a reencontrarnos con nuestras
prioridades, a repensar nuestros valores, a replantear nuestro modo de vivir.
La Navidad es ciertamente un tiempo de gran alegría porque es un tiempo para
examinarnos profundamente, para reconstruirnos desde adentro y para
proyectarnos hacia el futuro. Debemos aprender lo que significan en nuestra
vida la humildad, la pobreza, la sencillez del nacimiento de Cristo. La Navidad
debe ser un tiempo excepcional para leer a fondo el Evangelio, para
encontrarnos con Cristo no sólo como el Niño del pesebre, sino como aquel en
quien Dios se ha hecho hombre, como aquel en quien el hombre encuentra su
dignidad y su grandeza.
Es en el
Evangelio donde podemos hallar inspiración para afrontar la vida de cada día,
para conquistar nuestra libertad, para hacernos capaces de amar, para
renovarnos continuamente, para comprometernos con la transformación del mundo,
para caminar hacia lo definitivo y eterno. Si Dios se ha hecho hombre, la
celebración de ese acontecimiento debe llevarnos a un compromiso con la
humanidad. Esto implica combatir la situación de pobreza en que viven tantos,
porque está contra la dignidad de quien ha sido creado a imagen de Dios; esto
pide intervenir en política no para estar al servicio de una ideología, sino
para promover el bien común; esto exige compartir equitativamente los recursos
de la tierra, porque todos somos responsables de todos y especialmente de los
más vulnerables.
César Augusto fue
un emperador famoso por haber llevado la “Paz Romana” a todas las regiones de
su Imperio. Sin embargo, la verdadera paz, la que llena el corazón y la que
trasciende todo límite, nos la ha dado Cristo. Es una paz y una libertad que
provienen de haber vencido para siempre el pecado y la muerte. El nacimiento de
Cristo marca el fin del mundo pagano, que funda su seguridad y felicidad en las
armas, en el dinero, en el placer y en el poder. Ahora hay un nuevo orden cuyo
secreto es el amor; ahora hay verdadera esperanza para todos los que no quieran
afincar su dicha en las fortunas mudables de un mundo pasajero. No podemos
permitir que nos paganicen la Navidad. Es hora de redescubrir a Cristo, de evangelizar,
de celebrar a fondo el misterio, de comprometernos con lo que implica la
audacia de que Dios se haya hecho hombre.
+
Ricardo Tobón Restrepo
Arzobispo de Medellín