CUANDO SE CONFUNDE Y ENFRÍA EL CORAZÓN
12 | 03 | 2018
Para
ayudarnos a vivir el camino hacia la Pascua, que nos da en la Cuaresma la
posibilidad de volver al Señor con todo
el corazón y con toda el alma, el Papa Francisco nos ha dirigido un mensaje que
comenta una expresión de Jesús en un discurso en el Monte de los Olivos en el que,
antes de su pasión, habla del fin de los tiempos: “Al crecer la maldad,
se enfriará el amor en la mayoría” (Mt 24,12). A partir de este texto evangélico
analiza el proceso que hace el mal en nosotros, presentándose como algo bueno y
verdadero.
Todo comienza cuando dejamos entrar la mentira. Llegan los falsos
profetas que aprovechándose de las emociones humanas llevan a las personas a la
fascinación del placer pasajero mostrándolo como la felicidad, a la ilusión del
dinero que nos hace esclavos de intereses mezquinos, a la autosuficiencia en el
propio yo que termina hundiéndonos en una pavorosa soledad, a la falacia de
soluciones inmediatas para el sufrimiento como la droga, las relaciones de usar
y tirar, la vida virtual que no da sentido.
Entonces, se apodera de nosotros la falacia de la vanidad, perdemos realidades
tan valiosas como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Nos podemos
quedar en un nivel inmediato y superficial, incapaces de reconocer las cosas
buenas que vienen de Dios y dejan nuestro interior lleno de alegría y de paz.
La Cuaresma es la ocasión para analizar si la mentira nos está confundiendo el
corazón, si se nos está apagando el amor y si se está acercando a nuestra vida
la gran tribulación anunciada por Jesús.
A una vida vacía, hija de la mentira, sigue el rechazo de Dios “y, por tanto, el no querer buscar consuelo
en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos
confortados por su Palabra y sus Sacramentos”. Después, todo “se transforma en violencia que se dirige
contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño
por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el
prójimo que no corresponde a nuestras expectativas”.
Después, el frío entra también en nuestras comunidades y, según el análisis
del Papa, los signos más evidentes de esta falta de amor, ya indicados en la
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, son: la acedia
egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas
guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo
aparente, disminuyendo de este modo también el entusiasmo misionero. Así se
muere en nosotros el Evangelio.
Por último, el enfriamiento del amor afecta la creación. El Papa señala: “la tierra está envenenada a causa de los
desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados,
tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las
migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria—
se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte”. Así la creación es, igualmente, un testigo
silencioso del frío del corazón humano.
Ante esta realidad, termina diciendo el
Papa, la Iglesia, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece
durante la Cuaresma el dulce remedio de
la oración, la limosna y el ayuno.
Con la oración, permitimos a nuestro corazón descubrir las mentiras secretas
con las que nos engañamos a nosotros mismos. La limosna, que debe volverse un
verdadero estilo de vida, nos libra de la avidez. El ayuno nos desarma, nos
hace crecer, nos despierta, nos lleva a obedecer la voluntad de Dios, el único
que sacia nuestra hambre.
