EL ROSTRO MÁS BELLO DE LA IGLESIA
16 | 04 | 2018
El Papa Francisco acaba de entregarnos la exhortación
apostólica “Gaudete et exultate”. Con
ella busca “hacer resonar una vez más el
llamado a la santidad, procurando encarnarlo en el contexto actual, con sus
riesgos, desafíos y oportunidades” (n.2). Lo primero que deberíamos
preguntarnos es por qué el Papa vuelve a un tema propuesto con fuerza por el
Concilio Vaticano II y en varias ocasiones retomado por sus predecesores.
Pienso que el Señor nos quiere decir que lo más importante y urgente en este
momento de la Iglesia es la vida espiritual; no nos podemos quedar en la
reforma de las estructuras, en las celebraciones rituales, en las actividades
exteriores. La
emergencia que vivimos es de espíritu.
La enseñanza del
Santo Padre se estructura en cinco capítulos. En el primero, nos expone la
llamada a la santidad que es para todos y busca hacernos más humanos. El
segundo es una descripción de “dos
sutiles enemigos de la santidad”: el gnosticismo y el pelagianismo.
Después, en el capítulo siguiente, responde, a partir del camino de las
bienaventuranzas, cómo debe ser un verdadero cristiano. En el cuarto se refiere
a algunas características de la santidad en el mundo actual y a algunos riesgos
de la cultura de hoy. El último capítulo explica que la vida cristiana es un
combate permanente, que requiere valentía para resistir y que nos permite hacer
fiesta cada vez que Dios vence en nuestra vida.
El Papa explica
cómo la santidad, en último término, es Cristo amando en nosotros, porque el
designio del Padre es Cristo y nosotros en él. Citando al Papa Benedicto dice: “la santidad se mide por la estatura que
Cristo alcanza en nosotros, por el modo como, con la fuerza del Espíritu Santo,
modelamos toda nuestra vida según la suya”. Por tanto: “cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo toma de la riqueza de
Jesucristo y regala a su pueblo” (n.21). Y más adelante desea que logremos
reconocer cuál es el mensaje de Jesús que Dios quiere decir al mundo con la
vida de cada uno de nosotros (n.24). Así se ve que santidad y misión se
encuentran; “no es que la vida tenga una
misión, sino que es misión” (n.27).
La exhortación
advierte también sobre los enemigos y peligros de la santidad. El gnosticismo
que confía al conocimiento la salvación, identificando la santidad por la
capacidad de comprender determinadas doctrinas, sin la dimensión de la caridad
(n.36-46). El pelagianismo pone la salvación en las obras y lleva a pensar que
somos superiores a los demás porque se observan determinadas normas o se tiene
un cierto estilo católico (n.49). El dualismo, en cualquier forma, que
contrapone la vida contemplativa a la vida actica o el compromiso social con la
espiritualidad; esto lleva a enfermar el alma. Igualmente, se refiere a la
maledicencia y a la exclusión de los pobres, los migrantes y los débiles.
El Papa nos deja
una serie grande de reflexiones, de llamamientos, de exhortaciones para
trabajar la santidad en medio del combate de la vida. Nos dice que no es una
propuesta para elegidos y para héroes sino para todos y la aterriza en la vida
cotidiana. Nos indica cómo en la Iglesia tenemos los recursos para hacer
posible esta gracia en nosotros. Creo que Dios nos está pidiendo a todos,
sacerdotes, religiosos y laicos, que nos decidamos a ser santos; no se trata de
un lujo, sino de una necesidad en esta hora de la Iglesia y del mundo. Es el
momento de hacer arder de veras la llama de nuestro Bautismo. Porque la
santidad es el rostro más bello de la Iglesia y la única tristeza es no ser
santos.