MARÍA NOS ENSEÑA EL CAMINO
28 | 01 | 2013
El próximo 2 de febrero
celebramos la solemnidad de la Presentación del Señor y en ella honramos
también a la Santísima Virgen María, que nos ha traído la “luz que alumbra a
todas las naciones” (Lc 2,32) y que, por eso, se la ha llamado cariñosamente
“la candelaria”. Bajo esta advocación mariana nació Medellín y con la
protección de esta madre buena ha venido recorriendo su historia. Todo lo que
hagamos por conocer, amar e imitar a María es poco porque en su corazón
encontramos al que es la vida y la esperanza del mundo.
En este año nos hemos
propuesto vivir esta solemnidad, de un modo especial, en todas las parroquias e
instituciones de la Arquidiócesis de Medellín, para aprender de María,
siguiendo la recomendación del Papa Benedicto XVI, el camino y las maravillas
de la fe (PF 13). La fe es el don recibido en el Bautismo que hace posible
nuestra relación con Dios. Dios trasciende nuestro saber y nuestra vida; por
tanto, querer encerrarlo en nuestros conceptos significaría perderlo
irremediablemente.
En cambio, la fe va más
allá de las ideas y del conocimiento conceptual permitiéndonos un contacto con
el misterio de Dios, porque creer es entregarse, apoyarse, abandonarse en la
realidad misma de Dios, en su palabra viviente, en su amor que nos llega de un
modo personal y nuevo cada día. Cuando nos entregamos a Dios, sabiendo que sus
caminos son insondables, Dios nos
transmite su luz y su fuerza; cuando nos abandonamos filialmente en Él, nos va
llenando y alegrando como una corriente secreta y profunda la vida divina.
Es muy importante
descubrir y vivir la fuerza de la fe, que nos permite una experiencia personal
de Dios; cuando ella se da, realmente, penetra nuestros pensamientos, nuestros
sentimientos, nuestros proyectos y nuestras acciones. No es una experiencia
vinculada solamente a momentos religiosos sino a la vida del hogar, al trabajo
de cada día, a la relación con los demás, a la misión que cumplimos en el
mundo, a la lucha contra el mal en nosotros mismos. La fe lleva a que toda
nuestra vida esté impregnada de la luz y de la fuerza de Dios.
Este camino de la fe
nos lo enseña María. María la “que había creído que se cumplirían las palabras
del Señor” (Lc 1,45), la que conservaba los hechos de Jesús en su corazón” (cf
Lc 2,51)), irradia y contagia la fe. Así sucedió en Caná, cuando anticipa una
“hora” que dizque no había llegado todavía y prepara la actuación de Jesús en
el mundo. Así sucedió en el cenáculo, cuando enseñó a los apóstoles,
desconcertados por la muerte del Señor, la perseverancia en la oración y la
apertura interior al Espíritu Santo. Ella, humilde, obediente, fiel, nos guía
en este camino de la fe.
Aprovechemos la
solemnidad de la Candelaria, de María que nos trae la Luz, para aprender cómo
se le cree a Dios, cómo se acepta su plan con obediencia y amor, cómo se
colabora con su obra salvadora. Con María vivamos la fe radical y gozosa por la
que la Iglesia acepta la Palabra de Dios con agradecimiento, recibe la misión
que de Él le viene para trabajar en la salvación del mundo, se esfuerza por
continuar y actualizar el misterio de Cristo en la historia.
De la simple devoción
mariana pasemos a una auténtica espiritualidad cristiana asistidos por el
espíritu de María. La Iglesia comenzó cuando el alma de María pronunció un sí
pleno a Dios. Por eso, en la escuela de María podemos aprender a acoger y a
experimentar el amor de Dios, a construir nuestra comunión en la fuerza del
amor que viene desde Dios, a proyectarnos en la evangelización compartiendo el
amor que es Dios. Pongamos todos los medios para que María nos enseñe, hoy, la
alegría de la fe.