UN DESAFÍO PERMANENTE PARA LA IGLESIA
16 | 06 | 2014
Una tarea constante y que concierne a todos en la Iglesia es
la promoción y cultivo de las vocaciones al ministerio sacerdotal.
Acostumbrados como estamos a que en nuestra Arquidiócesis siempre hemos tenido
jóvenes que se sienten inclinados al servicio de Dios en el presbiterado y que
los Seminarios van cumpliendo silenciosa y generosamente su misión, terminamos
por ignorar que cada vocación es un don incomparable de Dios que no merecemos y
que toda la comunidad eclesial tiene que comprometerse en la búsqueda de
vocaciones y en la formación de los futuros sacerdotes.
Empezamos a ver cómo una serie de hechos, en nuestro medio,
han ido afectando seriamente el surgimiento y perseverancia de las vocaciones
al sacerdocio. En primer lugar, la crisis de la familia y la disminución de la
natalidad; luego, la búsqueda de los bienes materiales y el debilitamiento de
la vida cristiana en muchos sectores de la sociedad; después, la pérdida de relevancia
social del sacerdote y los escándalos causados por la infidelidad de algunos
ministros; finalmente, el egoísmo de padres de familia y de jóvenes que, dentro
de una visión secularizada de la vida, no están dispuestos a responder a la
llamada de Dios.
Ante esta realidad es necesario presentar la belleza y la
necesidad en la Iglesia y en la sociedad de la persona y el servicio del
sacerdote. No permitir una progresiva transformación del sacerdocio en una
profesión u oficio que se reduce a un activismo exagerado; no dar lugar al
individualismo que encierra al sacerdote en una soledad negativa y deprimente;
no dejar que crezca la confusión de funciones en la Iglesia cuando se borra la
claridad y la colaboración entre las diversas responsabilidades que exige la
misión confiada a todo el Pueblo de Dios.
Se debe mostrar, por el contrario, que la vocación al
sacerdocio se vislumbra en el contexto de un diálogo de amor entre Dios y el
ser humano. Un diálogo que, dentro de la vocación cristiana, asume las
características de una relación libre, estable, exigente con Cristo, para
prolongar su caridad pastoral y sacerdotal que lleva hasta dar la vida. Así
mismo, construye una relación esponsalicia y nueva con la comunidad eclesial a
la que se decide servir con corazón generoso y espíritu valiente, no obstante
la oposición que ofrece el mundo.
Por consiguiente, estamos llamados todos a crear las
condiciones necesarias para que la gracia de la vocación encuentre un terreno
fértil. Ante todo, acudir al recurso insustituible de la oración, enseñado por
el mismo Jesús; acrecer una vida cristiana sólida y coherente en la comunidad
eclesial; promover sin descanso la evangelización dentro de una programación
pastoral de conjunto; cuidar, por todos los medios, la vocación y la misión de
la familia; lograr que los presbíteros den un testimonio coherente de una vida
santa y feliz; aprovechar los espacios de promoción vocacional que ofrecen los
colegios y las universidades; suscitar en las diversas formas de pastoral
juvenil la apertura de los jóvenes al seguimiento de Cristo en el servicio sacerdotal.
Es necesario que, en la Arquidiócesis de Medellín, todos
tomemos en serio la obligación de trabajar en la pastoral vocacional. Lo
fundamental es construir el campo propicio para todas las vocaciones que es una
verdadera comunidad cristiana que escucha la Palabra de Dios, ora con fe
especialmente a través de la liturgia y
se compromete en el servicio a la sociedad. Igualmente, es esencial crear el
ambiente en las parroquias y en los seminarios para que los llamados al
sacerdocio aprendan a vivir el Evangelio, tengan la experiencia de ser
comunidad, se hagan capaces de amar y no teman entregar con alegría la vida por
Dios y por los demás.